miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Sólo Chévere?


Se ha escrito mucho sobre la eficacia con que las potencias centrales construyeron las bases de su dominio en estas latitudes, a través de sus formatos de invasión cultural. Autores de primer nivel coinciden en adjudicar a esta metodología de irrupción en la vida de los países, categoría de cabecera de playa o plataforma para el desembarco del resto de las actitudes disolventes y apropiadoras. De sus trabajos, nos ha quedado bastante claro que el meollo de la idea radica en establecer el lugar desde dónde mirar las cosas que pasan o que nos pasan. El bien y el mal, lo bárbaro y lo civilizado, son nociones que encontrarán a unos u otros actores que las encarnen según la línea de pensamiento que abona nuestras convicciones. Si hemos sido adecuadamente influidos por el discurso europeo, o el norteamericano, tendrán un sentido distinto al que nace de las razones de los pueblos explotados, oprimidos casualmente por quienes enarbolan la “verdad” del norte.

Uno de los datos más interesantes que nutren el momento político de Argentina y Latinoamérica, es que la creciente incorporación de las mayorías a la discusión de sus problemáticas más trascendentes –gracias a la inclusión y esclarecimiento promovidos por preclaros gobernantes- ha ido convirtiendo en una suerte de perogrullada a lo afirmado más arriba. Como que ya aprendimos a leer con lente propio los fundamentos de la realidad y empezamos a transformarla desde nuestras certezas. Hay que admitir, sin embargo, que de lo grueso de aquellos mensajes, cuya esencia mentirosa hemos logrado poner a la vista, aún se filtran retazos con entidad para actuar en nuestra subjetividad y debilitar el análisis. Quizás no tanto por la sutileza de los mismos como por la permeabilidad receptiva que todavía encuentran.

Como todos sabemos, entre el viernes y sábado pasados se desarrollaron en Venezuela las sesiones que culminarían con el histórico lanzamiento de la CELAC (Comunidad de Estados de Latino América y del Caribe), organismo conformado por 33 naciones americanas con la lógica exclusión de EE. UU. y Canadá por, entre otras, incompatibilidad de intereses. Hecho tan significativo como para ser resaltado por alguno de los estadistas presentes como “lo más trascendente que nos ocurre en los 200 años de nuestra existencia como estados independientes”. El acontecimiento pudo ser seguido en toda su extensión gracias a la transmisión de la cadena Telesur. Cualquiera de nosotros tuvo la oportunidad, entonces, de escuchar, ver y percibir lo que traslucían las intervenciones de cada representante. Más allá de algunos lugares comunes, hubieron sólidas ponencias destinadas no solo a fortalecer el colectivo inaugurado sino a dar el envión consecuente para que cumpla con sus altos fines de integración efectiva. Las partes más sustantivas de las mociones ya han sido publicadas por la prensa bien intencionada que cubrió el evento. Solo que me parece que sus periodistas se han auto restringido al comentar el papel cumplido por el Presidente anfitrión.

Como obedeciendo a aquel mandato parido por el estereotipo creado en derredor de la figura de Hugo Chávez por los voceros de la “gran democracia” estadounidense, atribuyeron su impresionante despliegue contenedor de posiciones y personalidades, en más de un caso contrapuestos, a una elaborada especulación con miras a su inmediato futuro electoral o, más diluidamente, a su carácter fiestero, relajado, de buena onda. Si bien era el responsable de llevar a buen puerto las deliberaciones, extendió su cometido más allá de lo que se le podría haber exigido como, digamos, su obligación. Fueron notorios la atención y el respeto que dispensó a cada panelista, llegando al punto de requerir de sus colegas la concentración suficiente para hacer lo mismo. Es ésa una mínima señal que necesitan ver quiénes son convocados a formar parte de una institución que los tenga en cuenta como iguales. No se trata de obviar ingenuamente las construcciones de poder en torno a una idea que cada quien lleva a cabo. Pero, siendo común la referencia a la Patria Grande, es imperativo rescatar íconos imprescindibles como lo son la solidaridad y la pertenencia a un espacio común, aunque el tamaño de algunas economías sea poco menos que irrisorio. Esto mismo, el volumen o la cantidad de habitantes, es determinante acaso de todas las magnitudes valoradas por los pueblos? La pequeña Cuba y su ejemplo de dignidad demuestran hace 50 años que no. En cuanto a que el bolivariano use una porción del petróleo venezolano para aliviar la carga energética de los países caribeños, no necesariamente obliga a plegarnos a la interpretación imperial que sindica al hecho como una mera estrategia para acumular hegemonía regional, volviéndolos dependientes del crudo de Petrocaribe. A estar por las conmovedoras declaraciones de varios presidentes y primeros ministros del área, en claro reconocimiento al gesto de hermanamiento, parecen haber motivaciones más profundas que las que alientan negocios de ese tipo.

Por cierto que el protagonismo de Chávez durante la cumbre deparó muchos aportes más, como lo fueron el llamado a tenernos más confianza en clara alusión a repatriar, para sostener un banco propio, los depósitos que descansan en bóvedas europeas o norteamericanas; o el elogio a la Asignación Universal por Hijo, iniciativa de Cristina que prometió copiar y alabó como de preponderancia global; o el siempre presente puente con nuestros patriotas de la primera independencia, una modalidad revisionista cuyo ejemplo va horadando resistencias y recreándose en la vecindad.. En fin, habrán o no circunstancias entre bambalinas que pudieran desdibujar la imagen. Pero el hombre inundó el recinto de los valores que sostienen, ante el planeta, la esperanza de los pueblos por vivir en un mundo justo y con respuestas para todos sus habitantes. Y para eso se precisan aptitudes que sobrepasan la condición de ser un tipo chévere.

Por Erico Westergaard – turismoparticipativo@hotmail.com

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