Su abuela, la señora Matsumi, viuda de un famoso militar de la Armada Imperial, la había adorado desde el nacimiento cuando la recibió en sus manos ayudando a la hija en el parto, como había hecho su madre con ella y como desde siempre marcaban las tradiciones. Y mayor fue el amor cuando la adorada Kimíco falleció de aquella terrible enfermedad dejando a Atsuko con apenas diez años y tan solas a ambas.
Desde ese día fue esa nieta la principal motivación de su existencia. En ella de alguna manera su hija seguía viva, en ella le parecía volver a verla.
Corrían unos años muy difíciles. Pese al liderazgo del Emperador Hiroito, el espíritu militarista dominaba el Imperio. Las guerras permanentes con Rusia y China y luego la guerra con los americanos habían llenado el espíritu imperial japonés de honor y gloria pero desangrado al pueblo y sumido en un sin fin de dificultades la vida de los ciudadanos comunes.
El Capitán de la Marina Imperial Tadayoshi, su yerno, también de familia de militares, en esos convulsionados días pasaba muy poco tiempo en la casa. Ella sabía bien que Tadayoshi la quería como a la madre que no tenía, también del inmenso amor que había profesado por su hija y la adoración sin límites por su nieta. El otro hijo de la pareja, su único nieto, Sasaki, fue a la guerra siendo poco más que un niño y jamás volvió del frente de Filipinas.
Esos días parecían interminables, si alguna alegría quería iluminar su casa hundida en grises, quedaba oculta por una sucesión de penas inmensas.
Morir por el Emperador era un honor, sin duda, pero el dolor lo siguen llevando los vivos y la pérdida del único hijo varón sumió a su yerno, que jamás se había repuesto de la muerte de la esposa, en una tristeza que lo consumía, convirtiéndolo en un hombre depresivo, apático, poco afecto a expresar sus sentimientos. Antes él no era así, ella bien lo sabía, estaba enfermo de dolor, necesitaba evadirse de ese suplicio.
Por eso no le llamó la atención cuando a poco de empezar el año 1944 –le parecía que había sido ayer y ya había pasado más de un año– aceptó de buen grado el ofrecimiento de sus superiores para ir a luchar al frente de Manchurria en el continente, para detener el avance de las tropas comunistas chinas. Era una misión suicida, todos los que se aprestaban a ir a esa zona de guerra sabían que casi seguro no volverían. Y así fue.
La última carta recibida de Tadayoshi venía fechada 19 de enero de 1945 y ya estaban en agosto. Hacía meses que no tenían ninguna noticia. Los permanentes bombardeos y avances del enemigo por el pacífico dificultaban los medios de comunicación y el envío de los correos. Quería negarlo, pero sentía, muy dentro, que él también había muerto.
En el mercado, en las calles, en los barrios, el pueblo comentaba que se estaba perdiendo la guerra, pero los discursos del Emperador lo desmentían, por el contrario, refería importantes derrotas ocasionadas a los enemigos del Imperio.
Dejando de lado estas angustias, este día era muy especial, era un 6 de agosto muy especial porque venía a visitar la casa Kaito Aruki (en realidad venía a visitar a Atsuko, su enamorada) . Tenía un permiso de pocos días antes de volver a la base naval, pero el tiempo que estuvieran juntos, por poco que fuera, para estos jóvenes seria inolvidable.
La novia no podía estar más hermosa, se había preparado para la ocasión con el mayor cuidado. Según le había escrito, Taito Aruki llegaría por la mañana - dependía del transporte que lograra conseguir desde el puerto de Nagoya para llegar a Hiroshima – pero ella sabía bien que de una u otra manera lograría llegar.
Pocos años atrás se habían comprometido en secreto – casi niños ambos – y por estas fechas ya pensaban en toda una vida juntos. Su padre Tadayoshi, que lo sospechaba, siempre mantuvo un silencio tolerante pues le tenía simpatía a ese jovencito que conocía de toda la vida, hijo menor de un compañero de armas, procedentes de una antigua y honorable familia japonesa. Y la abuela era una permanente cómplice, permitiendo secretos, miradas indiscretas, caricias casi imperceptibles, casi inexistentes, pero llamas de amor en esos corazones jóvenes.
Desde que enviaron a Taito Aruki a la base naval no se veían. En esos meses habían intercambiado telegramas y muchísimas cartas de amor. Tenían pensado un futuro sin guerras, sin dolor, pensaban en tener muchos hijos, incluso ya habían elegido los nombres para cada uno de ellos. Soñaban con una pequeña casa que tuviera un hermoso jardín donde retozarían sus retoños. Por eso, luego de tanto tiempo, de esa espera interminable para sus ansias se volverían a ver y la emoción estaba a flor de piel.
La señora Matsumi como buena abuela intentaba calmarla, le decía que estaba hermosa, que no tuviera tantos nervios, pero la jovencita dudaba de todo, de sus pinturas, de su peinado, de su ropa, del color de su joven y radiante piel. Lo esperaba ansiosa.
Una alerta de bombardeo les hizo pensar que no podrían verse ese día, pero los aviones enemigos pasaron sobre la ciudad con otro destino sin arrojar bombas. A los pocos minutos las sirenas callaron.
Matsumi le preguntó a su nieta donde pensaban ir y ella le explicó que saldrían caminando hacia la clínica del Dr. Shima y luego recorrerían el borde del rio Ota y desde el puente Aioi mirarían los barcos, el agua, los pájaros y pedirían a las divinidades por los que estaban tan lejos.
Era un día ideal para pasear, estaba despejado y hermoso, caminarían conversando de mil temas para recuperar todo el tiempo que habían perdido. Luego todo estaba previsto para volver a la casa y tomar un te con su ceremonial típico. Ella sería la encargada de la ceremonia.
El ruido de golpes en la puerta cortó la conversación, fueron nerviosas a ver quien llegaba y si, era Taito Aruki pidiendo disculpas por el retraso mientras inclinaba ceremoniosamente la cabeza hacia ambas. Lo había demorado un atasco por la alarma de bombardeo. Con muchísimo respeto pidió permiso a la señora Matsumi para salir un rato a caminar con su nieta. Ella, muy seria –por dentro encantada– le dijo que no demoraran demasiado, que los estaría esperando con todo preparado.
Atsuko dio un abrazo muy amoroso a su abuela, luego calzó sus zapatos y ya junto a su amado miraron la hora. "Señora Matsumi –dijo él– son las 08:10, volveremos en un par de horas, no preciso decir todo lo que agradezco su apoyo con nuestro amor."
Atsuko se sonrojó, bajó la cabeza, le dijo algo en voz baja y apretando su abanico dejo escapar una risita nerviosa. Está bien, está bien, respondió la vieja señora, vayan que sé que están deseando estar solos y tengan cuidado… acompañó esta última frase con un movimiento de ambas manos como empujándolos a salir. Y no se hicieron esperar, salieron apurados a la avenida, con dirección al río. No utilizaron las bicicletas, querían estar juntos el mayor tiempo posible, disfrutar cada segundo.
La anciana señora los observaba alejarse desde la puerta de la casa familiar deseándoles desde lo más profundo del corazón un futuro más agradable del que a ella le había tocado en suerte. Venían a su cabeza las caras del yerno, de su hija, de su nieto desaparecido y esto recuerdos la entristecían, pero el ver estos jóvenes y pensar en toda la vida que tenían por delante le daba a la vieja señora ánimo para seguir viviendo pese a todo.
Taito Aruki le dijo a Atsuko: “Tenemos solo dos horas para estar juntos y fíjate, ya son las 8 y 15..., hemos perdido cinco minutos y cinco minutos es muchísimo tiempo para todo lo que soñamos este momento” y tomándole la mano firmemente apuró el paso. Ella le recriminó esta acción porque la abuela aún los estaba mirando, pero no retiró la mano y comenzaron a caminar hacia el río. Taito Aruki dijo: "Cuando esta guerra termine podremos cumplir todos nuestros
(El 6 de agosto de 1945, a las 08:16:43 horas explotó sobre Hiroshima la primera bomba atómica que utilizó el hombre contra el hombre. La seguiría la de Nagasaki y por suerte de momento no hemos tenido más "logros" de ese tipo por parte del Homo Sapiens. ¿Sapiens?)
Por Senen Rodríguez (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
sábado, 15 de agosto de 2009
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