El fin de lo mismo
Vivimos en una sociedad y en una época donde las palabras y los valores han perdido su significado, su importancia real. Son significantes vacíos. Se puede decir cualquier cosa, sea en una charla de café, en un acto público o en un medio de comunicación, que todo da igual. No puede haber nunca diálogo si se descalifica permanentemente la voz del otro, de aquel que piensa distinto o tiene otra postura. Por un lado tenemos a los dirigentes rurales y referentes de la oposición política, tildando de mentirosa a la máxima autoridad nacional, y por otro a la presidente de Madres de Plaza de Mayo, Hebe Bonafini, acusando a los líderes de las corporaciones campestres de terroristas y pactantes de una asociación ilícita. En ambos casos, nos encontramos con posiciones exageradas, que no ayudan al consenso y a la paz social. Los propietarios de la tierra no cesarán sus quejas hasta que el gobierno no dé marcha atrás con las retenciones móviles (algo que Cristina Fernández acaba de dar por cerrado) y a Hebe se le fue la mano, terminó jugando el juego que más quieren sus adversarios políticos, caer en la desmesura. A los empresarios agrarios se los puede criticar porque lo único que buscan es preservar sus gigantes privilegios, negándose a ceder una porción de éstos para distribuir entre los más necesitados de la población. Empero, no son terroristas, en todo caso, si bien es cierto que con sus protestas están debilitando el mandato de la presidente y provocando un malestar general, no han apelado a la violencia física como tampoco lo ha hecho el Estado, nadie se levantó en armas. Y no forman una asociación ilícita, puesto que las cuatro entidades conflictivas se han agrupado legalmente en la lucha por sus reclamos, que pueden ser cuestionables aunque, no por eso, desestimados.
El gran triunfo cultural de la/s derecha/s es la banalización de la política, y por ende del logos (discurso). Esto es producto del fin de los grandes relatos de la Modernidad, los cuales se cayeron junto al muro de Berlín y a los Socialismos Reales de la Europa Oriental, que funcionaban como ideas-motor del pensar y accionar social. El pensamiento posmoderno nos viene proponiendo el fin de la historia, ya no hay ideologías, lo que, traducido en la práctica, quiere decir: no hay política, no hay praxis transformadora de la realidad, no hay sujeto colectivo que haga la historia, porque ésta ya no existe. Da lo mismo si gobierna el partido conservador o el reformista. En nuestra experiencia nacional, para la gente “común” que gobierne un peronista, un radical o un socialista es igual, no hay diferencias sustanciales. Total, “todos los políticos nos roban y mienten”. Según la cosmovisión neoliberal, el ciudadano “común” (ese que llama a las radios y aparece en las cartas de lectores de los diarios para quejarse y manifestar que todo está mal) está despojado de toda ideología y no quiere que los políticos (esos seres corrompidos) perturben su buena vida. No es un sujeto político, es un consumidor, y el hecho de consumir los productos materiales y simbólicos que le brinda el Dios Mercado es lo que le da pertenencia dentro de una sociedad.
En definitiva, si seguimos esta línea, hay que desconfiar de todos los políticos (y más si son populistas), los discursos de la presidente de la nación redundan en el engaño. Hay que estar con el “campo”. Son “buena gente”, no roban, no mienten, no hacen política.
Cuna de las banderas
A partir de lo expuesto anteriormente, podemos comprender por qué en la ciudad de Rosario, pueden confluir: un acto masivo organizado y realizado, el pasado 25 de mayo, por la nueva derecha argentina anclada en la retórica campestre; la conmemoración del octogésimo aniversario del Che Guevara el próximo 14 de junio (a la cual probablemente concurrirán referentes y simpatizantes del lockout patronal); y por último, el acto del 20 de junio con la presencia de la presidente de la República, Cristina Fernández (donde habrá asistentes que estuvieron en los festejos del Che).
Se puede afirmar que esta ensalada rusa es una síntesis de la realidad de nuestro país. Mientras tanto, para quienes queremos devolverle el sentido a la política (aquél que le niegan los posmodernos) darle contenido significativo, no tratar más con significantes vacíos, es menester tomar seriamente los términos utilizados por nuestra presidente en se último discurso por cadena nacional. No se debe acudir a chicanas, lo más importante para remarcar es lo positivo del hecho de que, a través del conflicto rural, se hable de la redistribución del ingreso y las riquezas, no solamente desde un ámbito partidario o académico, sino desde la máxima autoridad del Estado y esto se haga eco en los medios comunicacionales y en la esfera pública. Dicha redistribución no debiera venir únicamente del gravamen a la renta agropecuaria, también tendría que venir de la recaudación financiera, minera, pesquera, petrolera, la industria en su totalidad. Es un paso valioso para lograr mayor justicia social. Esperemos que se siga en esta dirección y con el mismo coraje para enfrentar a los otros intereses concentrados de la economía. Si no se toca al capital trasnacional, los dichos presidenciales quedarán en el olvido, y favorecerán a los mismos de siempre, los que multiplican sus ganancias y socializan sus perdidas para perjuicio del pueblo.
Por Mauro Reynaldi
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