domingo, 20 de septiembre de 2009

Cine Club Rosario: Programación del martes 22 de septiembre

UN VERANO EN LA PROVENZA (Francia, 2007)
Dirección: Eric Guirado - Int.: Nicolas Cazalé, Clotilde Hesme.

Martes 22 de setiembre, a las 20 hs.

Una cita con el cine francés de vez en cuando es un respiro oxigenado en la cartelera, bien para alimentar nuevas perspectivas cinematográficas, bien para salirnos, a ratos, del monopolio norteamericano (mainstream o independiente). Otras necesarias vueltas audiovisuales de factura europea, latinoamericana, asiática, o africana. Éric Guirado es un realizador francés que tiene en su haber premios de Cannes con algún corto, otro largometraje, y varios documentales encargados por la televisión francesa. Herencia ésta, la del documental, que plasma en el estilo de su último trabajo, casi documento, Le fils de l’épicier, (El hijo del tendero), cuyo título en las carteleras españolas es el más común Un verano en la Provenza.
Guirado posa una mirada nostálgica sobre lo que va quedando de lo pequeño, de las economías pequeñas, (en un hoy masificado por la fría supermercadolandia), de los últimos mohicanos (habitantes) de nuestros pueblos, de nuestro abandonado contacto con la tierra y con los mayores. Nostalgia acompañada de sombría realidad, pero también de vitalidad y optimismo. Miradas a lo cotidiano, a lo cercano, sin postales idealistas, ingenuas, ni finales categóricos. Muy al contrario de lo que afirman los caherianos, (no sé que bicho venenoso les ha picado a estos espectadores siempre estreñidos) no resulta el retrato de Guirado burdo y esteriotipado, de paisajes bonitos y gente buena. Nada más inexactamente definitorio para este film. En fin, ocurre a veces que donde unos ven verde, otros ven negro, y con semejante noria mareamos al espectador común que solo quiere cierta información válida para no perder dinero en sesiones insuficientes.
Como ya plasmó Jie Liu con El último viaje del juez Feng, impartiendo justicia entre pueblos perdidos, o Carlos Sorin con Sonrisas de New Jersey, junto al oscarizado Daniel Day Lewis como dentista que recorre la Patagonia, sin olvidar muchas cinematografías españolas repletas de cómicos que también impartían sonrisas a lugareños ninguneados, Un verano en la Provenza es un reencuentro personal, familiar, y social, en cuanto que se parte de una inestable soledad y precariedad económica en el medio urbano. “Hay mucha soledad en el campo, pero también en la ciudad, aunque esté ocultada por la agitación”, matiza Guirado.
Resulta higiénico ver a este hijo de tendero (un Nicolas Cazalé muy correcto en su papel) aceptar su herencia familiar, ver como va perdiendo ese hermetismo metálico del comienzo para adentrarse lentamente en la naturalidad de la improvisación cotidiana, en el polo opuesto del know-how mercantilista, mediante el trato singular que requieren muchas de las situaciones con estos clientes. Y es que salir con un furgoneta repleta de variados productos y recorrer los pueblos de una parte del país, remarcar en este punto los encuadres tan hermosos del Sur de Francia, y con ello llenar el vacío de unas gentes que ya no son considerados “consumidores potenciales” es todo un reencuentro con la vida, es, en definitiva, ser un outsider. No faltan el humor, pero tampoco el drama. Hay una dosificación bien temperada, bien medida entre ambos, para que nada resulte ni pastelero, ni convencional. Todo ello sin resoluciones mágicas, pero sí con una filosofía que se aleja de la crispación a la que se tiende en el medio urbano.
Un verano en la Provenza, o El hijo del tendero (a mi preferencia) reposa sobre elementos estéticos, pero también sobre retratos verosímiles y emocionales, sin enjuiciar si es mejor la vida en el campo o en la ciudad. Y lo que resulta realmente lujoso en esta elección cinematográfica es la utilización de lugareños auténticos que dan una densidad rigurosa y conmovedora a los caracteres, evitando la fabricación de personajes desvaídos o impostados.
Antoine (Cazale) es uno de los dos hijos de la familia Sforza, que ante la circunstancia de un padre convaleciente y sus propios agobios urbanos decide ayudar a su madre en el pequeño negocio familiar, una tienda de ultramarinos en el pueblo donde se crió. Llega acompañado de su vecina, que no novia, (estupenda también Clotilde Hesme), alegre y vitalista que le ayudará a distender su espíritu del rebote personal que arrastra, dentro de una familia que no sabe comunicarse muy bien. Antoine se ocupará de la venta ambulante con la furgoneta, apreciando a través de la cámara su lenta transformación, desde un sentimiento de extrañeza ante tal labor, a encontrarse cómodo y formar lazos de vecindario amigo.
Estamos ante una historia delicada, aparentemente inocua, frugal, que sin embargo condensa una carga emotiva y un alcance estético nada desdeñables. Lo valioso de su autenticidad se encuentra en esa mirada sincera a lo que se está perdiendo.
Por Blanca Vázquez, Cinencuentro, 15/09/09

Martes 22 de setiembre, a las 22 hs.
VIAJE A DARJEELING (EE.UU., 2007)
Dirección: Wes Anderson
- Int.: Owen Wilson, Adrien Brody.
Pequeño León de Oro, Festival de Venecia 2007




Viaje a Darjeeling cuenta la historia de tres hermanos, cuyo padre ha muerto un año atrás, que se reencuentran para hacer un viaje por la India. El verdadero motivo del viaje y el efecto que éste produce en ellos se descubre a medida que avanza el relato. Fiel al universo de su director, Wes Anderson (Rushmore, Los excéntricos Tenenbaums), la película combina comedia, melancolía, lazos familiares y una estética tan original como deslumbrante.
En 1996 debuta en el cine norteamericano el realizador Wes Anderson. Su ópera primera, Bottle Rocket, mostraba una particular sensibilidad y un sentido estético a contracorriente. Pero es recién en 1998 con el film Rushmore que el director pone de forma clara e inequívoca el universo de temas y de recursos visuales que se convertirán en constantes a lo largo de una de las carreras más coherentes y sólidas que el cine independiente de los últimos años ha podido dar. En dicho film, el director explora los vínculos familiares de una forma completamente novedosa. Allí, la disfuncionalidad es vencida por el amor entre distintas personas que conforman un nuevo núcleo familiar -de sangre o no- excéntrico pero auténtico. En el universo de las historias de Anderson el tono humorístico no impide nunca que asome una particular melancolía y una extrañeza frente a lo absurdo del mundo que habitamos. Aunque Rushmore es una ambiciosa y completa obra maestra, es recién con Los excéntricos Tenenbaums que el realizador logra expresar de forma definitiva todas sus obsesiones y, al mismo tiempo, despliega su personalísima manera de filmar.
En Viaje a Darjeeling todas y cada una de sus marcas de autor se hacen presentes para hacer de este nuevo film de Wes Anderson una experiencia cinematográfica de gran coherencia y absoluta originalidad en el contexto del cine contemporáneo. La película apuesta, desde su comienzo, a la intertextualidad visual y coquetea con varias referencias que se asoman a lo largo de la trama. No sólo desde el aspecto visual, ya que la banda de sonido juega el mismo juego de cargar con sentidos previos para reforzar la historia que se nos cuenta. A fin de dotar al film de un peso más allá del momento, este recurso intertextual sumerge al espectador en una experiencia de mayor densidad visual y auditiva. Algo que no es menor, ya que Anderson es un realizador con un estilo estético muy fuerte. Además del cine de la India, citado en varios momentos de la película, Anderson hace algo más curioso: toma como mayor referente para hacer su película a El río (1951), el film que dirigió Jean Renoir. Muchos elementos de este gran film se hallan presentes en Viaje a Darjeeling, desde la experiencia de los occidentales en la India así como algunas escenas e ideas de aquel clásico de Renoir. En el cine previo de Anderson, y más aun en éste en donde se suman los lugares que visita y las referencias que elige, el color juega un papel preponderante. Muy pocos realizadores actuales son capaces de tal maestría en su uso.
Minucioso hasta la obsesión, cada encuadre de Wes Anderson está plagado de elementos, conexiones sutiles entre escenas y sentidos ocultos. Basta prestar un poco de atención para develarlos. Aquí repite sus más reconocidos recursos cinematográficos: los travellings laterales (en cámara lenta, generalmente), los encuadres simétricos, la notable utilización de la profundidad de campo. Pero también vuelve sobre los temas que lo obsesionan: los vínculos familiares y las relaciones entre las personas. Wes Anderson está todo el tiempo en control de lo que nos quiere decir, hasta en las situaciones de humor más excéntrico. De la muerte del padre, ocurrida un año antes del comienzo del film, a la búsqueda de una madre alejada del mundo, Viaje a Darjeeling es un paso más adelante en la carrera del director. En sus anteriores films, casi todos ellos, los personajes extrañaban la infancia como un espacio ideal de felicidad y de grandes esperanzas. Aquí permanece la agridulce melancolía de todos los títulos anteriores, pero por primera vez los personajes parecen sentirse además en la necesidad de abandonar la infancia y entrar con convicción en el mundo adulto. Si la India representa para Occidente un lugar para explorar el propio ser y si las películas de viaje suelen tratar ese mismo tema, no es de extrañar entonces que Viaje a Darjeeling represente a todo nivel toda clase de búsqueda interior que el realizador metaforiza de cien formas distintas en el exterior. Con al habitual cariño que él siente por sus personajes, el final del film tiene esa ternura emocionante y movilizadora de todas y cada una de sus películas. En estos tiempos donde los premios y la atención van hacia los cineastas violentos, sórdidos y crueles, Wes Anderson nos acerca a otra clase de cine, el mismo que admiramos en Ford, Truffaut, Ozu o Renoir, aquel en el que la vida no era una pesadilla permanente ni un mundo ideal. Un universo en donde las personas, raras, buenas, egoístas, a veces tontas y a veces heroicas, simplemente intentaban hacer lo mejor que podían para comprender el sentido de sus vidas. Los vínculos familiares, el amor, el humor, la tristeza, la muerte, y esa cosa tan absurda que suele ser la vida, de eso está hecho Viaje a Darjeeling. Y en su aparente estilo artificial, la película se vuelve un retrato mucho más real y sincero del ser humano que los que nos muestra el cine actual.
Por Santiago García, Leercine.com.ar

Cine Club Rosario - España 401

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