¿A esto y al asesinato de más de 70 mil personas, al asedio y bombardeo durante más de un mes sobre una ciudad pequeña como Sirte le llaman democracia, libertad y razón, el presidente de Estados Unidos Barack Obama y otros europeos, entre ellos el ''socialista'' José Luis Rodriguez Zapatero de España, sin ningún pudor?. Sin olvidar las sonrisas de Nicolás Sarkozy o de Silvio Berlusconi, que hoy festejan en una Europa incendiada por la protesta cuyo futuro es oscuro y trágico, como toda vuelta atrás en la historia
Obama dijo también que espera ''la conformación de un gobierno interino''. Entonces ¿qué gobierno es el que reconoció junto a sus socios en la aventura colonial en agosto pasado y el que instó a reconocer en la última Asamblea de la ONU?
¿El mismo que estaba conformado por escasos hombres libios, como mascarón de proa, mientras que la mayoría eran mercenarios de Al Qaeda y cuya bandera monárquica quedó flameando en ese recinto, para deshonra del mundo?
Todo esto actuado bajo un falso ''humanitarismo'' para ''proteger'' los derechos humanos del pueblo libio, al cual los invasores masacraron sin piedad alguna, aplicando atroces torturas y asesinatos, incluyendo racistas, como lo denunció la propia Amnesty Internacional.
La calidad moral y humanitaria de los invasores ha sido claramente expuesta por los escasos seguidores de la verdad, mediante notas, videos, transmisiones directas como lo hace Telesur de Venezuela desde el terreno de los acontecimientos, periodistas verdaderamente libres si la libertad es sinónimo de verdad y desafío al discurso único maniqueo y brutal del imperio.
Es posible que a la izquierda ''moderna y ''superada'' no le guste la palabra ''imperio'', aunque no se sabe cómo le llamen a esto o qué definición existe que reemplace incluso a lo establecido en los diccionarios del mundo.
Lo que sucede en Libia es una invasión imperial-colonial, aprobada por Naciones Unidas, resistida con todo su derecho (universal por cierto) por el pueblo libio y su mejor dirigencia.
La inmoralidad quedaba asentada desde que el 23 de agosto pasado el llamado Consejo Nacional de Transición (CNT) de Libia -organización no creada por el pueblo, al que dejaron fuera de toda decisión, sino por las potencias invasoras- ofreciera pagar un millón 600 mil dólares y amnistiar a quien ''mate o entregue vivo'' al líder libio Muammar El Gaddafi.
Desde el momento en que el 19 de marzo pasado Francia y Gran Bretaña comenzaron a bombardear Libia con la OTAN detrás. adelantado la intervención en gran escala a partir del 31 de ese mes, la ''mano extranjera'' fue la ejecutora del plan maestro de Estados Unidos con el objetivo de apoderarse del petróleo, el gas, el oro, el agua, las reservas de más de 270 mil millones de euros, que ingenuamente Gaddafi creyendo en la ''decencia europea'' depositó en sus bancos.
Y detrás también está el proyecto estadounidense de golpear al euro, y de control de África, con la creación del Comando Africom, mediante un diseño absolutamente recolonizador y una extendida Doctrina Monroe, destinada a la colonización de América Latina en el siglo XIX (1823) y rescatada en pleno siglo XXI por el aspirante a candidato a la presidencia del Partido Republicano Mitt Romney, quien el pasado 7 de octubre sostuvo que Dios había creado a Estados Unidos para dominar al mundo y advirtió que su país ''debe conducir al mundo o lo harán otros''.
El pueblo europeo será también otro gran perdedor en esta y otras guerras. Los gobiernos de Europa sustentaron el diseño fascista del control del mundo que reconocen dirigentes como Romney en Estados Unidos, que es a la postre el país que se quedará con lo mejor en el reparto criminal de los restos de un país arrasado con el silencio cómplice del mundo. Hoy mismo por CNN había quienes exigían una actuación similar a la de Libia contra Cuba, Venezuela y otros países. El fundamentalista Romney no está solo en el país del Ku klux Klan y del Tea Party y los terroristas cubano- americanos de Miami que bien acompañan a los lobos aullantes del sistema.
Miles de bombardeos han arrasado la infraestructura moderna creada por Gaddafi en beneficio de su pueblo, al que sacó de las tinieblas del colonialismo y cuyo nivel de vida-reconocido por organismos internacionales- era el más alto de la región.
Ahora las empresas de los aliados de la OTAN se disputan también la ''reconstrucción'' del país que destruyeron, lo que será pagado con el dinero robado y saqueado a los libios.
Durante más de ocho meses los bombardeos mataron a miles de personas, dejando gravemente heridos y mutilados a otros miles mientras los mercenarios violaron a mujeres, torturaron y ejecutaron bajo atroces sufrimiento a una buena parte de la población negra y africanos que vivían en ese país. Y todo esto en una población de poco más de seis millones de habitantes.
¿Qué hará el fiscal de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo ante los crímenes de lesa humanidad cometidos por los invasores de Libia?
Quizás si accionara como corresponde remediaría en algo la ilegalidad de su actuación anterior al decidir el juzgamiento de Gaddafi y sus hijos cuando la OTAN bombardeaba Libia matando a uno de éstos y su familia, entre ellos tres niños.
Moreno Ocampo acusó a Gaddafi por un supuesto bombardeo contra manifestantes en Trípoli que nunca existió, todo a pedido de la ONU para tratar de crear un justificativo falso a su resolución 1973.
El coro de periodistas e intelectuales que repitió este discurso falso no sólo provino de la derecha colonial y tradicional aliada del poder hegemónico sino de algunos sectores de izquierda ''socialdemócrata'' -si puede haberla- o centroeuropeístas y de otros tan radicales que su pureza está más allá del bien y el mal, lo que finalmente sirve a las peores causas.
El brutal asesinato de Gaddafi televisado como un mensaje de terror demuestra de qué se trata la acción ''humanitaria'' del poder hegemónico en Libia.
El relato único para crear un consenso mundial sobre el tema Libia se desmorona, pero la impunidad que le aseguró el aterrador silencio de la comunidad internacional, salvo dignas y honrosas excepciones hará que ahora sea uno de los ''modelos de acción'' que se intente imponer sobre aquellos países del mundo en proceso de liberación o desobedientes a las órdenes de Washington.
O de Wall Street, como sea que sea la verdadera esencia imperial que avance en esta expansión sin fronteras en el mundo soñada por el más delirante fundamentalismo de las últimas décadas, en lo que también se esconden las decadencias, las crisis morales y económicas, los cantos de sirenas, que finalmente sólo son cantos fatuos y sirenas falsas.
En la lista de los ''próximos'' siguen varios países además de sus actuales intentos contra Siria y el burdo complot que le atribuyen a Irán, que hace aguas por todas partes, tanto que hasta fue cuestionado por congresistas de Estados Unidos.
Por lo pronto la alegría de los mercenarios que esperan repartirse el botín de la recompensa, que seguramente quedará en manos de sus jefes de las tropas especiales-tan criminales como ellos- de Estados Unidos, Francia Gran Bretaña y otros.
La realidad es que la OTAN ha creado un héroe, un mito, una leyenda que comenzará a andar por los caminos y las cuevas, por el desierto, por los silencios plagados de murmullos de un pueblo que llora a escondidas la muerte de su líder y de todos los que han perecido para que los invasores cumplan su objetivo de no dejar nada en pie, salvo los bienes por los que llegaron en nombre del ''humanitarismo''.
La resistencia heroica obligó a los atacantes a mostrarse ante el mundo cada vez más como fuerzas invasoras y se hizo evidente el uso de mercenarios llevados al lugar con la implicación que esto tiene para el pueblo libio.
Gaddafi ha pasado a la eternidad, porque su asesinato miserable, cobarde y cruel, termina convirtiendo al líder libio en un modelo de dignidad para la resistencia que habrá de continuar sobre escombros y cenizas, como sucede en Afganistán e Irak (diez años después en el primer país y ocho en el segundo) pero esencialmente sobre la memoria del genocidio de un pueblo que nunca olvidará y que nos reclama solidaridad.
Por Stella Calloni
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