Carl Schmitt, filósofo político alemán del siglo XX, sostenía que la política se caracteriza por la distinción amigo- enemigo, en su trabajo intitulado El concepto de lo Político, define al enemigo como “el otro que está en contra de mi posición". Es decir, el que no piensa como yo debe ser excluido de la esfera pública, debo derrotarlo. Por estos meses parecería que la lógica esgrimida por el pensamiento schmittiano es la que prevalece en el análisis cotidiano de los argentinos. Se esté del lado del gobierno nacional o de la vereda de enfrente, del lado de los dueños de la tierra (la nueva unión derrocática), el panorama pinta blanco o negro, todo o nada. No hay lugar para los débiles, ni mucho menos para los tibios. Estamos irreconciliablemente divididos, o lo que es lo mismo unidos por la soja.
Recurramos a algunas obviedades (que lamentablemente para muchos no son tales): en la política siempre hay intereses contrapuestos, enfrentados, y esto es justamente lo que la enriquece, es imposible que todos estemos todo el tiempo de acuerdo en todo. El motor de la historia humana es el conflicto, sin pugnas de intereses no habría historia, hay quienes la hacen y quienes la padecen. No hay una verdad, sino que hay muchas, depende cómo se mire la realidad, y desde donde se lo haga. Las sociedades están divididas en clases, dentro de cada una de éstas hay pensamientos diversos, variados, no hay una única manera de ver el mundo y obrar en la vida diaria, no somos seres estáticos, mutamos constantemente. No podemos pretender que un solo discurso nos hegemónice eternamente.
Entonces, el problema de mayor gravedad es cuando la dicotomía amigo- enemigo se lleva al extremo, como ocurre en las dictaduras y en los regimenes totalitarios, donde el enemigo es directamente eliminado, se lo expulsa de la vida pública y hasta se lo aniquila. Nosotros aquí en la Argentina tuvimos ese atroz suceso durante la última intervención de los militares genocidas, allá por marzo de 1976. Quienes comandaban el Estado, en aquella época, designaron un enemigo, la subversión – que era todo aquel que no estuviera de acuerdo con el régimen, sin importar si era militante político o estaba afiliado a algún partido, con el sólo hecho de disentir o tener un libro de un autor “subversivo” era considerado “terrorista”-. Había que masacrar gente para poder implantar un nuevo modelo de organización social y económica en el país, y la herramienta más efectiva era la expansión del miedo. Una sociedad aterrorizada se queda en su casa. Ya no debate, ni discute, se refugia, se atrinchera, se oculta, o sea, al ser silenciada se aparta del ágora. Y entonces, como consecuencia, la política se privatiza y deja de ser el medio de la acción colectiva.
En la actualidad vivimos en una sociedad democrática, y según sus reglas de convivencia, convendría hablar de adversarios políticos, ideológicos, sociales, más que de enemigos. Bajo la democracia debe promoverse, como condición sine qua non, el debate de ideas, la participación de todos los individuos y los grupos que conforman, hay que recuperar la plaza pública como lugar emblemático de la realización de nuestro ser social y nacional. No importa qué sector lleva más gente. No es cuestión de vida o muerte, de quién es más o menos argentino, lo que se busca es resignificar el concepto de lo político, entenderlo como el sitio donde se ponen en juego los intereses de las distintas partes en lucha, partiendo siempre desde el diálogo, promoviendo el consenso, pero aceptando a la vez los disensos. De ahí, que la única solución es la negociación de los sujetos involucrados, sin que por ello ninguno tenga que dejar de lado sus convicciones, ni perder su esencia política. Se trata, siempre dentro de un contexto que tenga como meta la paz social, de disputas dialécticas, de avances y retrocesos, pero siempre respetando al rival y priorizando el interés general, por encima del particular.
Recurramos a algunas obviedades (que lamentablemente para muchos no son tales): en la política siempre hay intereses contrapuestos, enfrentados, y esto es justamente lo que la enriquece, es imposible que todos estemos todo el tiempo de acuerdo en todo. El motor de la historia humana es el conflicto, sin pugnas de intereses no habría historia, hay quienes la hacen y quienes la padecen. No hay una verdad, sino que hay muchas, depende cómo se mire la realidad, y desde donde se lo haga. Las sociedades están divididas en clases, dentro de cada una de éstas hay pensamientos diversos, variados, no hay una única manera de ver el mundo y obrar en la vida diaria, no somos seres estáticos, mutamos constantemente. No podemos pretender que un solo discurso nos hegemónice eternamente.
Entonces, el problema de mayor gravedad es cuando la dicotomía amigo- enemigo se lleva al extremo, como ocurre en las dictaduras y en los regimenes totalitarios, donde el enemigo es directamente eliminado, se lo expulsa de la vida pública y hasta se lo aniquila. Nosotros aquí en la Argentina tuvimos ese atroz suceso durante la última intervención de los militares genocidas, allá por marzo de 1976. Quienes comandaban el Estado, en aquella época, designaron un enemigo, la subversión – que era todo aquel que no estuviera de acuerdo con el régimen, sin importar si era militante político o estaba afiliado a algún partido, con el sólo hecho de disentir o tener un libro de un autor “subversivo” era considerado “terrorista”-. Había que masacrar gente para poder implantar un nuevo modelo de organización social y económica en el país, y la herramienta más efectiva era la expansión del miedo. Una sociedad aterrorizada se queda en su casa. Ya no debate, ni discute, se refugia, se atrinchera, se oculta, o sea, al ser silenciada se aparta del ágora. Y entonces, como consecuencia, la política se privatiza y deja de ser el medio de la acción colectiva.
En la actualidad vivimos en una sociedad democrática, y según sus reglas de convivencia, convendría hablar de adversarios políticos, ideológicos, sociales, más que de enemigos. Bajo la democracia debe promoverse, como condición sine qua non, el debate de ideas, la participación de todos los individuos y los grupos que conforman, hay que recuperar la plaza pública como lugar emblemático de la realización de nuestro ser social y nacional. No importa qué sector lleva más gente. No es cuestión de vida o muerte, de quién es más o menos argentino, lo que se busca es resignificar el concepto de lo político, entenderlo como el sitio donde se ponen en juego los intereses de las distintas partes en lucha, partiendo siempre desde el diálogo, promoviendo el consenso, pero aceptando a la vez los disensos. De ahí, que la única solución es la negociación de los sujetos involucrados, sin que por ello ninguno tenga que dejar de lado sus convicciones, ni perder su esencia política. Se trata, siempre dentro de un contexto que tenga como meta la paz social, de disputas dialécticas, de avances y retrocesos, pero siempre respetando al rival y priorizando el interés general, por encima del particular.
Aquello que la opinión pública, que gracias a la intencionalidad de la prensa, llama “el campo” es sólo una parte del todo que es la República Argentina, sus reclamos valen lo mismo que el de cualquier otro sector de la comunidad, empero no representan la voluntad general, sino una pequeña porción de la realidad. A colación con esto, se puede afirmar, acorde al pensamiento marxista, que lo que aparece aquí es la definición clásica de ideología como la herramienta por la cual la/s clase/s dominantes hacen pasar sus intereses y sus visiones particulares como si fueran la de todo el conjunto de la sociedad. Las clases oprimidas, subyugadas, subalternas (como más le guste al lector) reproducen un discurso y una forma de pensar que les es totalmente ajena, es producto de sus oponentes.
Por otro lado, es menester señalar que el mandato del matrimonio Kirchner, primero el de Néstor y ahora el de Cristina Fernández, ha tenido muchas grietas y se le pueden reprochar muchas cosas, entre ellas tener como aliado al camionero Hugo Moyano y, en sintonía con esto, negarle la personería jurídica a la Central de Trabajadores Argentinos (C.T.A.), entidad gremial que lucha por la democratización de los sindicatos obreros y por la mayor participación de los mismos en el reparto de la torta tributaria; el torpe desempeño en sus funciones de Guillermo Moreno, Secretario de Comercio; la falta de una reforma fiscal seria que obligue a pagar más a los que más tienen y ganan para distribuir entre los más necesitados de la población (otra obviedad sobre una tarea que aún sigue pendiente); la ausencia de discusión sobre la propiedad de los recursos naturales (no está en la agenda de los K ni tampoco de las corporaciones mediáticas, las cuales tienen negocios con las empresas que manejan el agua, el gas, la energía eléctrica , el petróleo, los minerales); la renovación de las licencias a grupos empresariales de los medios de comunicación masiva que monopolizan la información y restringen la participación ciudadana en los mismos medios; la negativa a convocar a actores sociales a fines a la ideología del oficialismo (con matices cierto, pero que podrían transitar la misma ruta), sea el caso de referentes académicos, pensadores, la propia CTA, el Movimiento Nacional Campesino (M.N.C.) que agrupa a los pequeños productores rurales de las zonas más pobres del territorio nacional y están en contra del monocultivo y afavor de una reforma agraria, las redes cooperativas, dirigentes políticos como Martín Sabatella, intendente de Morón o a los integrantes del Proyecto Sur liderados por el cineasta Pino Solanas, entre otros, quienes, muy probablemente, apoyarían las reformas democráticas y equitativas que todavía quedan por concretar para hacer una nación más justa y digna.
El Estado en la democracia no se puede privar de intervenir y regular la economía. Los gobiernos, que fueron elegidos por el voto popular y soberano, deben actuar para corregir las desigualdades que provoca el Mercado (que no es otra cosa que la feroz y meta-ambiciosa competencia entre las grandes empresas capitalistas multinacionales para ver cuál se atraganta más de riquezas) en beneficio de alcanzar la justicia social y garantizar la igualdad de oportunidades para todos los habitantes. Por esto, el establecimiento de retenciones no sólo que está bien, sino que es un derecho y una obligación por parte de los gobernantes en pro del bienestar general. Finalizando con las obviedades, hay que quitarles a los que más tienen para darles a los que menos, y a los que lisa y llanamente no poseen nada. El gobierno, si es tan popular como dice ser tiene que: distribuir las riquezas, generar y promover, haciendo partícipe al capital privado, la creación de más fuentes de trabajo, los cuales deben ser empleos dignos bien remunerados con su respectiva cobertura social, y garantizar la salud, la educación y la cultura para todos.
Por Mauro Reynaldi.
Por otro lado, es menester señalar que el mandato del matrimonio Kirchner, primero el de Néstor y ahora el de Cristina Fernández, ha tenido muchas grietas y se le pueden reprochar muchas cosas, entre ellas tener como aliado al camionero Hugo Moyano y, en sintonía con esto, negarle la personería jurídica a la Central de Trabajadores Argentinos (C.T.A.), entidad gremial que lucha por la democratización de los sindicatos obreros y por la mayor participación de los mismos en el reparto de la torta tributaria; el torpe desempeño en sus funciones de Guillermo Moreno, Secretario de Comercio; la falta de una reforma fiscal seria que obligue a pagar más a los que más tienen y ganan para distribuir entre los más necesitados de la población (otra obviedad sobre una tarea que aún sigue pendiente); la ausencia de discusión sobre la propiedad de los recursos naturales (no está en la agenda de los K ni tampoco de las corporaciones mediáticas, las cuales tienen negocios con las empresas que manejan el agua, el gas, la energía eléctrica , el petróleo, los minerales); la renovación de las licencias a grupos empresariales de los medios de comunicación masiva que monopolizan la información y restringen la participación ciudadana en los mismos medios; la negativa a convocar a actores sociales a fines a la ideología del oficialismo (con matices cierto, pero que podrían transitar la misma ruta), sea el caso de referentes académicos, pensadores, la propia CTA, el Movimiento Nacional Campesino (M.N.C.) que agrupa a los pequeños productores rurales de las zonas más pobres del territorio nacional y están en contra del monocultivo y afavor de una reforma agraria, las redes cooperativas, dirigentes políticos como Martín Sabatella, intendente de Morón o a los integrantes del Proyecto Sur liderados por el cineasta Pino Solanas, entre otros, quienes, muy probablemente, apoyarían las reformas democráticas y equitativas que todavía quedan por concretar para hacer una nación más justa y digna.
El Estado en la democracia no se puede privar de intervenir y regular la economía. Los gobiernos, que fueron elegidos por el voto popular y soberano, deben actuar para corregir las desigualdades que provoca el Mercado (que no es otra cosa que la feroz y meta-ambiciosa competencia entre las grandes empresas capitalistas multinacionales para ver cuál se atraganta más de riquezas) en beneficio de alcanzar la justicia social y garantizar la igualdad de oportunidades para todos los habitantes. Por esto, el establecimiento de retenciones no sólo que está bien, sino que es un derecho y una obligación por parte de los gobernantes en pro del bienestar general. Finalizando con las obviedades, hay que quitarles a los que más tienen para darles a los que menos, y a los que lisa y llanamente no poseen nada. El gobierno, si es tan popular como dice ser tiene que: distribuir las riquezas, generar y promover, haciendo partícipe al capital privado, la creación de más fuentes de trabajo, los cuales deben ser empleos dignos bien remunerados con su respectiva cobertura social, y garantizar la salud, la educación y la cultura para todos.
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