El otro día buscando entre unos libros de historia de mi abuelo encontré la biografía de un tal Alberto Druisser.
Supongo que ese nombre les dice tanto como a mí en ese momento: nada.
El asunto es que el fulano se hizo conocido entre las distintas ferias de pueblo de fines del 1800, no por ser un gran artista sino por tener un don único y que a todo el mundo le gustaría tener: encontraba lo que buscaba.
Parece una idiotez pero no lo es, Druisser podía encontrar dentro de un pajar una aguja apenas hundiendo los dedos en este (siempre y cuando alguna aguja hubiese dado con un pajar en algún momento y se hubiere perdido en él).
Sin seguir con ejemplos complejos, resumiría: encontraba las medias que quería en el cajón con la luz apagada, daba con la llave de su casa apenas tocaba una de las más de diez que tenía en su llavero o sacaba de la caja de fósforos el último sin usar, a pesar de guardar los viejos por las dudas.
Desde chico Alberto descubrió que era diferente al resto y que tenía un don que dar a conocer al mundo: durante catorce años consecutivos, hasta su retiro, fue campeón en encontrar el fideo en la montaña de harina, concurso que se realizaba todos los años durante el día de Santa Brígida en su Choele Choel natal.
Cuando cumplió los veinte fue descubierto por un cazatalentos de entonces, quién lo llevaría a girar por todas las ferias que se realizaban en las poblaciones rurales de la provincia de Buenos Aires y zonas portuarias.
Alberto Druisser llegó incluso a actuar en algunos teatros importantes del interior, hasta que los celos de algunos colegas del show bussines de la época le jugaron una mala pasada:
Según contaba el libro, la noche de su cumpleaños número veintitres y después de participar en la feria de Junín, el grupo de artistas ambulante del que participaba se larga a festejar el aniversario tomándose grandes cantidades de vino patero.
Pero la envidia del fakir paraguayo Teófilo Acuña le daría un desenlace de tragedia al asunto. Con bronca por el interés que despertaba en la gente en un espectáculo similar al suyo pero más novedoso, decidió regalarle una serpiente venenosa, la que ocultó dentro de un canasto de mimbre, y, sin decirle que era el regalo, le tentó a Druisser de encontrar él mismo su obsequio dentro.
Alberto Druisser murió al instante de meter la mano en el canasto, la serpiente lo mordió con tal ferocidad que estuvieron 5 horas para que suelte sus dientes de la carne ya fría del finado.
Lamentablemente la Argentina toda perdió a uno de sus grandes exponentes en materia de dones milagrosos, mucho después vendrían los maradonas o fangios, que harían olvidar su nombre hasta el día de hoy.
Por Lucas Del Chierico
(Misceláneas para Al Centro Y Adentro)
lunes, 27 de octubre de 2008
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario