No es ninguna novedad que el kirchnerismo está plagado de contradicciones y que, como buenos peronistas, su política se ancla en los logros del pragmatismo criollo (ir directamente a los hechos, dando a unos y a otros para que todos queden más o menos conformes). No es socialista reducirles a los grandes empresarios sus aportes patronales. Sin embargo, al mismo tiempo, se les exige que no dejen de tomar empleados y mantengan su planta de trabajadores. La Presidenta no se queda quieta y busca volver a poner a la economía en el rumbo ascendente, pero se equivoca pensando que se trata solamente de repatriar los capitales fugados.
El tema es a qué actor/es se le/s da prioridad en el proceso de producción y crecimiento de la economía que se pretende llevar a cabo. Las PYMES deberían tener un rol más protagónico en esta nueva etapa. Hay que apostar al sector del empresariado nacional, no transnacionalizado, que realmente piense y trabaje para los intereses de la nación. O sea, hay que darle mayor cabida a los reclamos de las pequeñas y medianas empresas que invierten y dan trabajo, que no especulan con el andar financiero.
Por su parte, el gran empresariado, desde la última dictadura militar a la fecha, viene gozando de enormes privilegios y acrecentando magnánimamente sus bienes y ganancias, y no precisamente por haber arriesgado por el desarrollo del país. Es la clase empresarial, y no como siempre la trabajadora, la que debe hacer el gran sacrificio para evitar una crisis semejante a la del 2001, así no caer en recesión.
Consigna trillada, aunque menester recordar: deben pagar los que más tienen. Disminuyéndoles los impuestos a los capitalistas locales, que están aliados a las multinacionales, resulta todo lo contrario. Pues, suena inverosímil que de ese modo se beneficien los sectores populares que buscan conseguir, mantener o mejorar el empleo. Las exigencias y sanciones, en caso de no cumplirlas, se les tienen que aplicar a los dueños del capital, no a los asalariados. Si no, estamos una vez más ante la teoría del derrame, “démosle garantía y seguridad a los de arriba para que distribuyan sus ingresos con los de abajo”. El mismo cuento, esperemos que en esta ocasión el final sea otro. Que las penas dejen de ser de los pobres laburantes y las vaquitas sigan en manos de la oligarquía vendepatria.
Es loable que se cree un Ministerio de Producción, empero este debe actuar en correspondencia con su par de Economía, no ser una simple cartera más, un decorado. Deseamos que en este sentido, el plan de obra pública anunciado por la jefa de Estado compense, o al menos amortigüe, la desigual distribución de oportunidades que dio el oficialismo. Sin afectar los bolsillos de unos que poseen mucho, será imposible sacar del pozo a otros que tienen poco y nada que perder. La conciliación de clases es pasajera, efímera, los trabajadores deben ser la prioridad, si sinceramente se quiere cambiar el modelo neoliberal.
El tema es a qué actor/es se le/s da prioridad en el proceso de producción y crecimiento de la economía que se pretende llevar a cabo. Las PYMES deberían tener un rol más protagónico en esta nueva etapa. Hay que apostar al sector del empresariado nacional, no transnacionalizado, que realmente piense y trabaje para los intereses de la nación. O sea, hay que darle mayor cabida a los reclamos de las pequeñas y medianas empresas que invierten y dan trabajo, que no especulan con el andar financiero.
Por su parte, el gran empresariado, desde la última dictadura militar a la fecha, viene gozando de enormes privilegios y acrecentando magnánimamente sus bienes y ganancias, y no precisamente por haber arriesgado por el desarrollo del país. Es la clase empresarial, y no como siempre la trabajadora, la que debe hacer el gran sacrificio para evitar una crisis semejante a la del 2001, así no caer en recesión.
Consigna trillada, aunque menester recordar: deben pagar los que más tienen. Disminuyéndoles los impuestos a los capitalistas locales, que están aliados a las multinacionales, resulta todo lo contrario. Pues, suena inverosímil que de ese modo se beneficien los sectores populares que buscan conseguir, mantener o mejorar el empleo. Las exigencias y sanciones, en caso de no cumplirlas, se les tienen que aplicar a los dueños del capital, no a los asalariados. Si no, estamos una vez más ante la teoría del derrame, “démosle garantía y seguridad a los de arriba para que distribuyan sus ingresos con los de abajo”. El mismo cuento, esperemos que en esta ocasión el final sea otro. Que las penas dejen de ser de los pobres laburantes y las vaquitas sigan en manos de la oligarquía vendepatria.
Es loable que se cree un Ministerio de Producción, empero este debe actuar en correspondencia con su par de Economía, no ser una simple cartera más, un decorado. Deseamos que en este sentido, el plan de obra pública anunciado por la jefa de Estado compense, o al menos amortigüe, la desigual distribución de oportunidades que dio el oficialismo. Sin afectar los bolsillos de unos que poseen mucho, será imposible sacar del pozo a otros que tienen poco y nada que perder. La conciliación de clases es pasajera, efímera, los trabajadores deben ser la prioridad, si sinceramente se quiere cambiar el modelo neoliberal.
Por Mauro Reynaldi.
1 comentario:
Tal cual. tu analisis lo dice todo sin petardismos. Sobre todo es deseable un concreto mayor apoyo a las Pymes que son las que crean más trabajo que cualquier multinacional, y han sido las grandes olvidadas de todos las administraciones anteriores. Espero solo que consideren las especiales circunstancias mundiales actuales para no meter la pata con medidas excesivas dirigidas de buena fe a restringir los apetitos empresarios, pero que no les hagan mella y originen por el contrario mayor desempleo y baja de producción justo ahora.
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