viernes, 30 de enero de 2009

Tomar riesgos


Parece ser que en nuestro país son muy pocas las personas que se acuerdan y tienen conciencia sobre la destrucción del aparato productivo, hecho que comenzara oficialmente en marzo de 1976 y se cristalizara definitivamente durante la década de 1990 hasta estallar todo en diciembre de 2001. Muchos seres humanos que habitan el territorio argentino piensan que el orden socioeconómico se puede cambiar de la noche para la mañana como en un abrir y cerrar de ojos. Ya no tenemos una clase trabajadora combativa y revolucionaria como fuera la de los años sesenta y setenta del siglo pasado, de su extinción se encargó profesionalmente la dictadura de Videla, Viola, Massera y Martínez de Hoz.
El sindicalismo que tenemos hoy no deja de ser un resabio del menemismo. Tenemos que lidiar día a día con burócratas sindicales que vienen traicionando a los trabajadores que representan. La libertad de afiliación sindical no existe. Esto se debe a las tranzas entre los gremialistas gordos y los empresarios. Como siempre, los perjudicados son los laburantes que viven poniendo durante todo el año el lomo, y los beneficiados de estos arreglos espurios son aquellos actores sociales que pretenden mantener el statu quo de injusticia y desigualdad social que impuso el neoliberalismo. Estamos muy lejos de tener la tan mentada e idealizada burguesía nacional, pero tampoco la clase obrera se encuentra racionalmente organizada para reivindicar sus derechos ante las políticas neoliberales que se siguen aplicando en el país. Esto no le compete únicamente al gobierno nacional, tanto la CGT como la CTA deben pelear hasta el cansancio por el bienestar de los trabajadores empleados y desocupados. Deben dejar de lado las mezquindades para no darle el gusto al sector empresarial, que ante los anuncios de crisis (para ellos siempre estamos en crisis) su accionar consiste en recortar el personal de la empresa (o sea, despidos y reducción de sueldos).
Que no haya pleno empleo en Argentina es un verdadero acto de injusticia. Vivimos en un país donde tenemos de todo para que todos cubramos nuestras necesidades básicas. No hay crisis que pueda justificar la falta de trabajo. Hay que apelar a la creatividad y a la responsabilidad de capitalistas y asalariados, siempre interviniendo el Estado a favor de los más débiles.
Si se quiere volver al Estado de bienestar, no puede haber un solo pobre más ni un desocupado más. Esto nos envuelve a todos. Son meras palabras, discursos reaccionarios, los que nos dicen que hay que enfriar la economía porque estamos ante una crisis mundial. Es decir, hacer la plancha reduciendo el gasto público, en vez de generar un shock distributivo donde aporten aquellos ciudadanos que más tienen, más ganan, y no caerles encima a quienes andan atravesando el abismo.
Si el Gobierno no arriesga, no se la juega por los más desprotegidos, entonces es muy probable que termine haciendo lo que sus opositores quieren, esto es: no cumplir con el mandato popular.

Por Mauro Reynaldi.

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