martes, 24 de marzo de 2009

A 33 años de la generalización del terror en la sociedad argentina


El 24 de marzo no es un feriado más en el calendario argentino, es la fecha de mayor peso simbólico en la historia contemporánea del país. Suena tan reciente aquel marzo de 1976 en sus formas y contenidos, allí comenzó el proceso de destrucción del Estado- Nación que se conformara entre 1860 y 1880. El período que consta de 1976 a 1983, conocido como Proceso de Reorganización Nacional, fue el asalto al Poder político de un Ejército de militares genocidas, bancados por el Imperio Norteamericano (a través del Plan Cóndor) y por la clase dominante local. La Iglesia, el empresariado, los terratenientes y los propietarios de los grandes medios de difusión avalaron y festejaron este régimen nazifascista- imperialista. La Junta Militar encabezada por Jorge Rafael Videla y Emilio Massera cumplió con su patriotismo y le entregó la Patria al capital extranjero. Cometió crímenes de lesa humanidad, la corrupción de uniformados y empresarios fue moneda corriente, la libertad de expresión brilló por su ausencia, y las mayorías fueron perdiendo todos los logros que habían alcanzado durante las tres décadas de Estado benefactor(1945-1975). Se inició de esta manera, la fase de desindustrialización que culminó el menemismo en el infame decenio que comprende de 1989 a 1999. Demás está decir que el gobierno de Fernando de la Rúa fue la frutilla al postre que le puso esta era destructiva.

A todo esto, pareciera sólo una anécdota que hubo más de 30 mil seres humanos desaparecidos, en su mayoría jóvenes con amplia formación intelectual y trabajadores con enérgica vocación por la defensa de sus derechos.

La pobreza fue creciendo al mismo tiempo que una minoría se enriquecía cada vez más. Redistribución regresiva de los ingresos, de los que menos tienen a los que más poseen. Concentración de todo el poder en pocos individuos.

Esta etapa de aniquilación de los sueños colectivos, se dio en el marco de la imposición del terror en toda la sociedad, hubo complicidad civil, acentuada por un individualismo que se acrecentaba día a día. Había que instalar el neoliberalismo y esto se logró con éxito, pues en poco tiempo diezmaron una generación para mudar el modelo productivo por otro financiero. Se consiguió el objetivo. Se acabó con los proyectos de liberación que promovían los sectores populares. La élite rica manejó la República a su antojo.

No es una novedad señalar que hoy en día, la dictadura sigue viva en los altos índices de exclusión social y desigual acceso a los bienes y recursos. En la expansión de un pensamiento vaciado de contenido (esto es, la banalización de las ideas) que impera en los grandes multimedios comunicacionales. Persiste el predominio discursivo de un pensamiento light, soft, producto de la posmodernidad, que niega la lucha de clases y el cuestionamiento a la propiedad privada, omite el imperialismo, hace pasar como normal la injusta relación que se establece entre las naciones opulentas y las periféricas al gran capital. También se naturaliza el sistema capitalista. Por más que entre en crisis una y otra vez, es así. Es único e irreemplazable: no existe otro modo de organización socio- económica.

Si queremos realmente dejar atrás los resabios dictatoriales, propender a una democracia plena, participativa, con igualdad de oportunidades para todos, sin importar el origen de cada uno de los habitantes de la población. Entonces, deberemos democratizar además del sistema político, la economía, la cultura, la educación, la salud, la justicia, los medios de comunicación, la tierra.

Recuperar la palabra, el discurso emancipador que apele a la conciencia crítica, al rescate de los valores que consagró la Revolución Francesa: fraternidad, igualdad y libertad. Rescatar el sentido de las luchas populares, su historia. Asimilar el pasado críticamente, para poder cambiar el presente. En definitiva, devolverle la dignidad a la condición humana, castigando a los responsables del genocidio.

Mauro Reynladi

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