Cine en el Colegio de Escribanos
- Córdoba 1852 -
Entrada libre y gratuita
Gestión de programación: Cine Club Rosario
JUEVES 04 de junio: a las 20 hs.
CREADORES DE IMÁGENES (Suecia, 2000)
Dirección: Ingmar BERGMAN - Int.: Anita Björk, Carl Magnus Dellow.
Golpe al corazón. Bildmakarna, la obra dirigida por Ingmar Bergman y presentada el sábado en Milán, en el marco del Festival del Teatro de Europa, empieza con un tango. Bailado a la sueca, eso sí, por la bellísima Elin Klinga y su partenaire en esa escena inicial, Carl Magnus Dellow.Si cabe atenerse a lo expresado el día anterior por los actores del elenco, acerca de la obsesión bergmaniana de que todo gesto, sonido, objeto o acción dramática tenga una razón de estar en escena que lo haga imprescindible, es probable que nadie haya comprendido mejor el porqué de esos acordes y esa coreografía que un espectador porteño. Y es de suponer que no fueran muchos en la sala.Aunque más feroz y descarnada que las anécdotas melodramáticas de las letras de tango, la historia escrita por Per Olov Enquist y llevada a escena por el maestro de Upsala habla del desamparo afectivo, de la fragilidad humana, del alcohol, de la muerte y de la terca e inútil esperanza en alguna forma de resurrección. Habla, en fin, de la irreductible ingenuidad con la que el hombre contempla su propia tragedia. Ingenuidad que lo lleva a ponerle música y bailarla, por ejemplo.Inspirada en personajes reales, la historia entrelaza la acción con escenas de la película El carruaje fantasma, filme mudo de los años 20 dirigido por Viktor Sjöström, un pionero del cine escandinavo y maestro del mismo Bergman, aquí encarnado por Lennart Hjulström. El viejo cineasta ha decidido proyectar para sus íntimos la película que acaba de rodar.
Están su operador y fotógrafo Julius Janeson (Dellow), la autora del libro, Selma Lagerlöf (Anita Björk) y su joven amante Tora Teje (Klinga). Pero tan importantes como el filme -para la época, lleno de audacias técnicas y estéticas- son los diálogos y las acciones de los personajes, que, en un crescendo dramático, van desnudando sus sentimientos, sus frustraciones y sus vergüenzas. La anciana escritora evoca el alcoholismo de su padre como un tormento propio que vuelca en su literatura. La joven actriz también es hija de un alcohólico, pero se niega a sublimar su desdicha y enfrenta con impiadosa valentía las inseguridades de su maduro amante. Y éste, es decir Viktor Sjöström (¿es decir, Bergman?) se debate entre las inconciliables exigencias del arte, el amor y la culpa.Dividida en dos actos jugados en un mismo marco escenográfico, la puesta no propone mayores audacias que el entramado de cine y teatro. Pero el detalle casi exquisito con que los cuatro intérpretes se acarician o se agreden, gritan o enmudecen, llevan a sus criaturas hasta el borde del ridículo o las hunden en la tragedia tiene un indudable sello bergmaniano. Aunque el espectador está obligado a ver la totalidad de la escena desde una media distancia, todo induce a adivinar que, como en uno de sus magistrales primeros planos cinematográficos, no hay músculo, ni vena, ni respiración del actor que no esté contando una parte de la historia.Pero la cantidad de claves y cruces de significados no se agota en la anécdota. Bildmakarna (Los fabricantes de imágenes) es, entre otras cosas, un homenaje de Bergman a su maestro Sjöström. Un nuevo homenaje, porque en 1957 lo hizo actuar en su filme El lugar de las fresas y porque desde hace cuatro décadas lo hace proyectar una vez al año en su casa de la isla de Farö. Y es, también, un homenaje al cine, del que Bergman se declara amante, por parte de la escena, a la que reconoce como esposa.
Por Olga Cosentino, Clarín, 15/11/99.
Golpe al corazón. Bildmakarna, la obra dirigida por Ingmar Bergman y presentada el sábado en Milán, en el marco del Festival del Teatro de Europa, empieza con un tango. Bailado a la sueca, eso sí, por la bellísima Elin Klinga y su partenaire en esa escena inicial, Carl Magnus Dellow.Si cabe atenerse a lo expresado el día anterior por los actores del elenco, acerca de la obsesión bergmaniana de que todo gesto, sonido, objeto o acción dramática tenga una razón de estar en escena que lo haga imprescindible, es probable que nadie haya comprendido mejor el porqué de esos acordes y esa coreografía que un espectador porteño. Y es de suponer que no fueran muchos en la sala.Aunque más feroz y descarnada que las anécdotas melodramáticas de las letras de tango, la historia escrita por Per Olov Enquist y llevada a escena por el maestro de Upsala habla del desamparo afectivo, de la fragilidad humana, del alcohol, de la muerte y de la terca e inútil esperanza en alguna forma de resurrección. Habla, en fin, de la irreductible ingenuidad con la que el hombre contempla su propia tragedia. Ingenuidad que lo lleva a ponerle música y bailarla, por ejemplo.Inspirada en personajes reales, la historia entrelaza la acción con escenas de la película El carruaje fantasma, filme mudo de los años 20 dirigido por Viktor Sjöström, un pionero del cine escandinavo y maestro del mismo Bergman, aquí encarnado por Lennart Hjulström. El viejo cineasta ha decidido proyectar para sus íntimos la película que acaba de rodar.
Están su operador y fotógrafo Julius Janeson (Dellow), la autora del libro, Selma Lagerlöf (Anita Björk) y su joven amante Tora Teje (Klinga). Pero tan importantes como el filme -para la época, lleno de audacias técnicas y estéticas- son los diálogos y las acciones de los personajes, que, en un crescendo dramático, van desnudando sus sentimientos, sus frustraciones y sus vergüenzas. La anciana escritora evoca el alcoholismo de su padre como un tormento propio que vuelca en su literatura. La joven actriz también es hija de un alcohólico, pero se niega a sublimar su desdicha y enfrenta con impiadosa valentía las inseguridades de su maduro amante. Y éste, es decir Viktor Sjöström (¿es decir, Bergman?) se debate entre las inconciliables exigencias del arte, el amor y la culpa.Dividida en dos actos jugados en un mismo marco escenográfico, la puesta no propone mayores audacias que el entramado de cine y teatro. Pero el detalle casi exquisito con que los cuatro intérpretes se acarician o se agreden, gritan o enmudecen, llevan a sus criaturas hasta el borde del ridículo o las hunden en la tragedia tiene un indudable sello bergmaniano. Aunque el espectador está obligado a ver la totalidad de la escena desde una media distancia, todo induce a adivinar que, como en uno de sus magistrales primeros planos cinematográficos, no hay músculo, ni vena, ni respiración del actor que no esté contando una parte de la historia.Pero la cantidad de claves y cruces de significados no se agota en la anécdota. Bildmakarna (Los fabricantes de imágenes) es, entre otras cosas, un homenaje de Bergman a su maestro Sjöström. Un nuevo homenaje, porque en 1957 lo hizo actuar en su filme El lugar de las fresas y porque desde hace cuatro décadas lo hace proyectar una vez al año en su casa de la isla de Farö. Y es, también, un homenaje al cine, del que Bergman se declara amante, por parte de la escena, a la que reconoce como esposa.
Por Olga Cosentino, Clarín, 15/11/99.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario