Hace seis años, mientras el país todavía se debatía tratando de salir del inmenso daño suscitado en su cuerpo por las políticas de los noventa, una gran parte de la sociedad (esa construcción abstracta, llamada también “opinión pública” de la que siempre hablan los grandes medios de comunicación y sus periodistas estrellas) se disponía a elegir a quién sería el guía de esa hora tan compleja y amarga.
Seis años después tenemos la extraña sensación de que el verdadero ballottage, el que tenía que haber enfrentado a Menem con López Murphy, vuelve a aparecer bajo otros nombres (Macri, Cobos o Reutemann; De Narváez, gran y dispendioso elector, no entra en esta grilla por el azar de haber nacido en Colombia).
Como si la excepcionalidad, o el azar, que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia y luego a desplegar políticas por completo antagónicas a las desarrolladas entre nosotros por el neoliberalismo, volviese a ofrecerse como lo que fue: una anomalía, aquello no esperado y que poco tenía que ver con los imaginarios predominantes entre una gran parte de los argentinos, que todavía llevaban y llevan en lo más profundo de sí mismos, las marcas dejadas por el sueño de la convertibilidad.
Con alivio los profesionales del periodismo “independiente”, los portadores de grandes virtudes republicanas se apresuran a felicitarse por el fin de tamaña anomalía, de esos años sorprendentes en los que la “forma” imperfecta, plebeya y hasta “populista” vino a desplazar la siempre pendiente “calidad de las instituciones”, esa tan reclamada República por muchos de aquellos que han atravesado la historia del país enlodándola y envileciéndola.
Pero claro, ese tiempo loco, anómalo, extraño debía concluir, tenía que convertirse en un mal recuerdo, suerte de pesadilla para quienes desde siempre se han visto a sí mismos como los dueños efectivos de “la patria”. Sus escribas corren a recordarnos que esa etapa excepcional e imprevista de la historia nacional ha quedado sellada de una vez y para siempre mientras regresa, ¡por suerte!, la cordura en el interior de una sociedad que, como si se despertase de una pesadilla, vuelve a respirar aliviada y se prepara para retomar ese ballottage suspendido en el tiempo entre Menem y López Murphy, un ballottage que vino a interrumpir ese extraño personaje llegado del lejano Sur.
Soltando el aire retenido en sus pulmones, aligerando sus preocupaciones nacidas del profundo desagrado que les suscitó ese equívoco que condujo a Kirchner al sillón de Rivadavia, están nuevamente listos para borrar de un plumazo –al menos ese es su mayor deseo– lo acontecido a lo largo de estos desprolijos e impresentables años en los que la bestia negra de la época, el maldito populismo, amenazó vidas y propiedades llevando a la Nación hacia las peores formas del autoritarismo.
Los cultores del consenso se arremolinan alrededor de micrófonos y cámaras para anunciar que terminó el tiempo del conflicto y de la crispación; que se acabaron los desplantes y los lenguajes de la confrontación y el hegemonismo para dejar paso a una bucólica mesa (¿tal vez como la de Mirtha Legrand?) alrededor de la cual se sentarán nuestros democráticos dirigentes para sellar la unidad nacional, esa que eufemísticamente describe, como casi siempre en la historia argentina, el modo como las corporaciones económicas, los dueños efectivos del poder, siguen ejerciendo su predominio. A eso lo llaman, nuestros periodistas estrellas, “consenso”.
2.
Recojo, y hago mías en estas reflexiones, lo que escribió con lucidez en la larga noche del domingo 28, María Pía López: “Una elección se juega también en un espacio inmaterial, como un videojuego en el que cada uno es el personaje elegido. La mediatización es eso: la primacía de ese otro espacio en el que un personaje puede ser delineado, inventado, configurado y lanzado al ruedo. Donde importan profundamente los ademanes y los barnices publicitarios.
En ese espacio se puede votar, incluso, contra los intereses materiales o los derechos conquistados. Casi, como si no tuviera efectos. Por el contrario: es el lugar más relevante de las sociedades contemporáneas, donde se produce riqueza y poder. Es el fin de la política tal como se conoció en el siglo XX. Ganó la provincia de Buenos Aires De Narváez y esa elección no es tan distinta a la de Solanas en Capital: son antagónicas en la política del siglo XX, simétricas en la actual.
No se votó al Solanas –y ojalá me equivoque también en esto– que apuesta por la nacionalizació n del control de recursos naturales, sino por un “Solanas” que la escena mediática proyectó sobre el rostro del anterior. Por eso en esta otra escena, la que tuvo la primacía ayer, Pino y Grondona pueden tratarse con simpatía. ¿Qué política hay en el horizonte, cuando lo que triunfó es un modo de gestión de las subjetividades, las creencias, los deseos?”.
Ese pasaje del que nos habla María Pía López, de la política en el siglo XX a la política en el siglo XXI, tiene que ver con la profunda transformació n de las subjetividades en estas últimas décadas; tiene que ver con la nueva matriz espectacular- comunicacional de nuestras sociedades democrático-telemá ticas, del mismo modo que se vincula directamente con la emergencia del ciudadano-consumido r (de objetos rutilantes, de deseos imaginarios y de lenguajes audiovisuales formateados por publicistas, encuestólogos y consultores de turno capaces de “encontrar” el núcleo simbólico que transforma a alguien en candidato-estrella) .
Claro que no alcanza con dar cuenta de estas mutaciones culturales para explicar la derrota del domingo ni para intentar comprender todo lo que implica la emergencia de esta nueva derecha que viene engalanada con los vestidos superpuestos de la estetización mediática y las memorias populares saqueadas en nombre de aquellos mismos que se han dedicado a saquear materialmente a esos mismos sectores que ahora interpelan espectacularmente.
A la derrota también hay que explicarla por las carencias y las deficiencias de ese mismo proyecto surgido en el laberinto argentino; carencias y deficiencias que, en muchos casos, vienen a expresar la incapacidad para comprender esas mismas mutaciones culturales.
Límites de la anomalía kirchnerista que, de todos modos, no deja de poner en evidencia, en medio de su despliegue espasmódico y contradictorio, uno de los momentos más significativos e interesantes de la historia nacional, allí donde subvirtió lo esperado y natural asumiendo las formas plebeyas, en ocasiones, de lo impresentable de acuerdo a las lógicas hegemónicas de la dominación. Contra esa excepcionalidad, contra ese giro inaceptable, es contra lo que se despliega amenazante la restauración conservadora.
3.
Sigo leyendo lo escrito por María Pía López, lo sigo haciendo porque encuentro en sus palabras un núcleo indispensable para indagar sin complacencias lo que nos está atravesando: “Comenzó la restauración conservadora. A este gobierno se le ha dicho, muchas veces, que no sabe escuchar. Pero cuando se decía eso lo que había que escuchar eran corporaciones patronales, opositores desbocados, poderes mediáticos, antes que trabajadores reivindicando sus derechos o sectores populares incitando a transformaciones. Hoy se va a decir que hay que escuchar la voz de las urnas. Voz de orden, pareciera.
Argentina votó más parecido a Italia que a Venezuela. Los candidatos a la presidencia en el 2011 querrán, cada cual a su modo, parecerse a Berlusconi. El fondo más oscuro de la restauración conservadora es la apuesta a un principio de gobernabilidad racista y jerárquico. Porque el ganador de esta elección no fue Sabbatella –el que expresó con más claridad la idea de un necesario desborde por izquierda de los límites del kirchnerismo–, fue la entente Macri, De Narváez, Reutemann. ¿Y alguien cree que la derecha viene por menos que todo? La restauración no es un golpe de Estado, es un vaciamiento de las posibilidades de hacer. Y, al mismo tiempo, la vigilancia constante del acusado de sordo. La restauración conservadora no necesita la ruptura institucional. Por el contrario, prefiere disciplinar a los antes díscolos”.
Tal vez por eso no puedo leer con particular entusiasmo los resultados electorales de Proyecto Sur en Capital o de Sabbatella en la provincia de Buenos Aires (y eso no sin dejar de reconocer que allí se anida algo importante y necesario de cara a impedir el giro restaurador) , como sí lo hacen aquellos que se regocijan por los votos acumulados, supuestamente por izquierda y sintiéndose herederos de la caída del kirchnerismo, mientras lo que se afirma con fuerza despiadada en la escena del presente es, de nuevo, el silenciamiento de cualquier proyecto popular en nombre de la República liberal-conservador a, esa misma a la que se refieren los amantes de la calidad institucional.
¿Regresaremos inevitablemente a ese ballottage interrumpido hace seis años por Kirchner, ese que enfrentaba a Menem con López Murphy y que hoy puede, como si fueran los personajes del mismo drama pero cuyos nombres han sido cambiados, enfrentar a Macri o Reutemann con Cobos o con Carrió? Por suerte, estimado lector, la ardua historia siempre guarda dentro suyo lo inesperado, aunque también nos pide que, de vez en cuando, estemos a la altura de las circunstancias y seamos capaces de ayudarla a impedir que lo peor de nuestro pasado recupere lo pendiente e interrumpido en ese extraño acontecimiento del 2003. ¿Podremos?
Seis años después tenemos la extraña sensación de que el verdadero ballottage, el que tenía que haber enfrentado a Menem con López Murphy, vuelve a aparecer bajo otros nombres (Macri, Cobos o Reutemann; De Narváez, gran y dispendioso elector, no entra en esta grilla por el azar de haber nacido en Colombia).
Como si la excepcionalidad, o el azar, que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia y luego a desplegar políticas por completo antagónicas a las desarrolladas entre nosotros por el neoliberalismo, volviese a ofrecerse como lo que fue: una anomalía, aquello no esperado y que poco tenía que ver con los imaginarios predominantes entre una gran parte de los argentinos, que todavía llevaban y llevan en lo más profundo de sí mismos, las marcas dejadas por el sueño de la convertibilidad.
Con alivio los profesionales del periodismo “independiente”, los portadores de grandes virtudes republicanas se apresuran a felicitarse por el fin de tamaña anomalía, de esos años sorprendentes en los que la “forma” imperfecta, plebeya y hasta “populista” vino a desplazar la siempre pendiente “calidad de las instituciones”, esa tan reclamada República por muchos de aquellos que han atravesado la historia del país enlodándola y envileciéndola.
Pero claro, ese tiempo loco, anómalo, extraño debía concluir, tenía que convertirse en un mal recuerdo, suerte de pesadilla para quienes desde siempre se han visto a sí mismos como los dueños efectivos de “la patria”. Sus escribas corren a recordarnos que esa etapa excepcional e imprevista de la historia nacional ha quedado sellada de una vez y para siempre mientras regresa, ¡por suerte!, la cordura en el interior de una sociedad que, como si se despertase de una pesadilla, vuelve a respirar aliviada y se prepara para retomar ese ballottage suspendido en el tiempo entre Menem y López Murphy, un ballottage que vino a interrumpir ese extraño personaje llegado del lejano Sur.
Soltando el aire retenido en sus pulmones, aligerando sus preocupaciones nacidas del profundo desagrado que les suscitó ese equívoco que condujo a Kirchner al sillón de Rivadavia, están nuevamente listos para borrar de un plumazo –al menos ese es su mayor deseo– lo acontecido a lo largo de estos desprolijos e impresentables años en los que la bestia negra de la época, el maldito populismo, amenazó vidas y propiedades llevando a la Nación hacia las peores formas del autoritarismo.
Los cultores del consenso se arremolinan alrededor de micrófonos y cámaras para anunciar que terminó el tiempo del conflicto y de la crispación; que se acabaron los desplantes y los lenguajes de la confrontación y el hegemonismo para dejar paso a una bucólica mesa (¿tal vez como la de Mirtha Legrand?) alrededor de la cual se sentarán nuestros democráticos dirigentes para sellar la unidad nacional, esa que eufemísticamente describe, como casi siempre en la historia argentina, el modo como las corporaciones económicas, los dueños efectivos del poder, siguen ejerciendo su predominio. A eso lo llaman, nuestros periodistas estrellas, “consenso”.
2.
Recojo, y hago mías en estas reflexiones, lo que escribió con lucidez en la larga noche del domingo 28, María Pía López: “Una elección se juega también en un espacio inmaterial, como un videojuego en el que cada uno es el personaje elegido. La mediatización es eso: la primacía de ese otro espacio en el que un personaje puede ser delineado, inventado, configurado y lanzado al ruedo. Donde importan profundamente los ademanes y los barnices publicitarios.
En ese espacio se puede votar, incluso, contra los intereses materiales o los derechos conquistados. Casi, como si no tuviera efectos. Por el contrario: es el lugar más relevante de las sociedades contemporáneas, donde se produce riqueza y poder. Es el fin de la política tal como se conoció en el siglo XX. Ganó la provincia de Buenos Aires De Narváez y esa elección no es tan distinta a la de Solanas en Capital: son antagónicas en la política del siglo XX, simétricas en la actual.
No se votó al Solanas –y ojalá me equivoque también en esto– que apuesta por la nacionalizació n del control de recursos naturales, sino por un “Solanas” que la escena mediática proyectó sobre el rostro del anterior. Por eso en esta otra escena, la que tuvo la primacía ayer, Pino y Grondona pueden tratarse con simpatía. ¿Qué política hay en el horizonte, cuando lo que triunfó es un modo de gestión de las subjetividades, las creencias, los deseos?”.
Ese pasaje del que nos habla María Pía López, de la política en el siglo XX a la política en el siglo XXI, tiene que ver con la profunda transformació n de las subjetividades en estas últimas décadas; tiene que ver con la nueva matriz espectacular- comunicacional de nuestras sociedades democrático-telemá ticas, del mismo modo que se vincula directamente con la emergencia del ciudadano-consumido r (de objetos rutilantes, de deseos imaginarios y de lenguajes audiovisuales formateados por publicistas, encuestólogos y consultores de turno capaces de “encontrar” el núcleo simbólico que transforma a alguien en candidato-estrella) .
Claro que no alcanza con dar cuenta de estas mutaciones culturales para explicar la derrota del domingo ni para intentar comprender todo lo que implica la emergencia de esta nueva derecha que viene engalanada con los vestidos superpuestos de la estetización mediática y las memorias populares saqueadas en nombre de aquellos mismos que se han dedicado a saquear materialmente a esos mismos sectores que ahora interpelan espectacularmente.
A la derrota también hay que explicarla por las carencias y las deficiencias de ese mismo proyecto surgido en el laberinto argentino; carencias y deficiencias que, en muchos casos, vienen a expresar la incapacidad para comprender esas mismas mutaciones culturales.
Límites de la anomalía kirchnerista que, de todos modos, no deja de poner en evidencia, en medio de su despliegue espasmódico y contradictorio, uno de los momentos más significativos e interesantes de la historia nacional, allí donde subvirtió lo esperado y natural asumiendo las formas plebeyas, en ocasiones, de lo impresentable de acuerdo a las lógicas hegemónicas de la dominación. Contra esa excepcionalidad, contra ese giro inaceptable, es contra lo que se despliega amenazante la restauración conservadora.
3.
Sigo leyendo lo escrito por María Pía López, lo sigo haciendo porque encuentro en sus palabras un núcleo indispensable para indagar sin complacencias lo que nos está atravesando: “Comenzó la restauración conservadora. A este gobierno se le ha dicho, muchas veces, que no sabe escuchar. Pero cuando se decía eso lo que había que escuchar eran corporaciones patronales, opositores desbocados, poderes mediáticos, antes que trabajadores reivindicando sus derechos o sectores populares incitando a transformaciones. Hoy se va a decir que hay que escuchar la voz de las urnas. Voz de orden, pareciera.
Argentina votó más parecido a Italia que a Venezuela. Los candidatos a la presidencia en el 2011 querrán, cada cual a su modo, parecerse a Berlusconi. El fondo más oscuro de la restauración conservadora es la apuesta a un principio de gobernabilidad racista y jerárquico. Porque el ganador de esta elección no fue Sabbatella –el que expresó con más claridad la idea de un necesario desborde por izquierda de los límites del kirchnerismo–, fue la entente Macri, De Narváez, Reutemann. ¿Y alguien cree que la derecha viene por menos que todo? La restauración no es un golpe de Estado, es un vaciamiento de las posibilidades de hacer. Y, al mismo tiempo, la vigilancia constante del acusado de sordo. La restauración conservadora no necesita la ruptura institucional. Por el contrario, prefiere disciplinar a los antes díscolos”.
Tal vez por eso no puedo leer con particular entusiasmo los resultados electorales de Proyecto Sur en Capital o de Sabbatella en la provincia de Buenos Aires (y eso no sin dejar de reconocer que allí se anida algo importante y necesario de cara a impedir el giro restaurador) , como sí lo hacen aquellos que se regocijan por los votos acumulados, supuestamente por izquierda y sintiéndose herederos de la caída del kirchnerismo, mientras lo que se afirma con fuerza despiadada en la escena del presente es, de nuevo, el silenciamiento de cualquier proyecto popular en nombre de la República liberal-conservador a, esa misma a la que se refieren los amantes de la calidad institucional.
¿Regresaremos inevitablemente a ese ballottage interrumpido hace seis años por Kirchner, ese que enfrentaba a Menem con López Murphy y que hoy puede, como si fueran los personajes del mismo drama pero cuyos nombres han sido cambiados, enfrentar a Macri o Reutemann con Cobos o con Carrió? Por suerte, estimado lector, la ardua historia siempre guarda dentro suyo lo inesperado, aunque también nos pide que, de vez en cuando, estemos a la altura de las circunstancias y seamos capaces de ayudarla a impedir que lo peor de nuestro pasado recupere lo pendiente e interrumpido en ese extraño acontecimiento del 2003. ¿Podremos?
Por Ricardo Forster
4 comentarios:
El pueblo habló.
Ahora, para no hacerle el juego a la derecha, hay que encolumnarse todos atrás de Pino, y dejarse de joder con el PJ.
Anónimo no creo que sea tan así de fácil. Me parece muy positiva la elección de Pino, pero para consatruir una verdadera fuerza de centroizquierda hay que poder articular bien a los distintos sectores que hoy se encuentran distanciados como el kirchnersimo, el espacio de Sabbatella, Proyecto Sur, el SI, la CTA y los movimientos sociales sin descuidar las bases peronistas. Hay que encolumnar también a la CGT más allá de que no nos guste Moyano y convocar a las Pymes. Pero todo esto no se puede hacer si no hay voluntad politica, si siguen primando las mezquindades de cada sector del campo popular. Cada fuerza debe ceder algo, comerse el orgullo, y poner en primer lugar de armar un frente amplio porque sino en el 2011 tenemos otra vez menemismo como en los 90, ahora con otras caras pero la esencia es la misma.
Saludos.
Mauro
Excelente el artículo. A mi juicio, el kirchnerismo no tiene ni tendrá el visto bueno de la clase media y alta que lo repudia profundamente, Por lo tanto, su meta principal debe ser reconquistar los votos perdidos en las clases populares en la última elección, que son muchos. Y ello lo puede lograr con concientización y, sobre todo, políticas sociales focalizadas en ellos en la mayor escala posible. El kirchnerismo piensa que el mejoramiento de las condiciones de vida de las clase populares debe lograrse mediante el aumento de los empleos formales. Eso es lo deseable pero, en el mejor de los casos, muy lento. Por ello que las cifras de informalidad, pobreza e indigencia siguen siendo tan elevadas. Esa es la causa de mucho voto popular se haya ido al promacrismo. El Gobierno de Cristina debe combinar concientización con políticas sociales muy ampliar en los sectores populares. Si se me permite, una mezcla Paulo Freire con el Plan Fome Zero de Lula.
Adolfo, tenés totalmente permitido mezclar a Freire con Plan Fome Zero, ¿cómo no? Sí, efectivamente se necesitan, imperiosamente, políticas hacia los sectores populares, un blindaje social como bien sostiene Sabbatella. La deuda sigue siendo mejorar la calidad de vida de la población empezando por las clases más necesitadas. Ese debe ser el electorado del kirchnerismo y del progresismo en general. Pero sin distribución es imposible. Se necesitan politicas activas que van en contra del discruso hegemónico que lanzan los grandes medios de comunicación y toman las clases medias. Los sectores populares quedan siempre relegados.
Saludos.
Mauro.
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