Especialista en filosofía política, es uno de los fundadores de Carta Abierta Córdoba. Oxigena su producción teórica con una militancia a favor del actual proceso de cambio, sin eludir el cuestionamiento ni la búsqueda de nuevas alternativas de lucha.
El compromiso fundado sobre la crítica constructiva y no en el oportunismo arribista o en la obsesión por el mero prestigio individual. La reflexión activa como aporte sustancial de aquel que vislumbra los riesgos que conlleva caer en el automatismo y la repetición. La búsqueda persistente y el esfuerzo conceptual por encontrar un lenguaje novedoso que, sin anclarse y en constante tensión, parta de las tradiciones políticas de la emancipación y la igualdad para llamar con novedosas palabras a esta época latinoamericana que exige realizar el mismo esfuerzo teórico de los espíritus lúcidos que formaron parte de otros momentos históricos de transformación en la región.
Por estos vericuetos del debate político actual se mueve Diego Tatián, filósofo cordobés que intuye que hay ciertas consignas y definiciones contundentes, con un peso histórico y simbólico innegable, que por la fuerza de la reiteración están perdiendo fuerza. Descreído de la nociones clásicas de una izquierda a la que busca revitalizar, y con la evidencia del tipo de militancia que se viene movilizando a favor de logros colectivos fundamentales, como son la nueva Ley de Medios o el matrimonio igualitario, Tatián sostiene que el “sujeto político puede ser una multitud contingente, inesencial y provisoria en su deseo más que un pueblo en sentido sustantivo”.
Uno de los fundadores del espacio Carta Abierta Córdoba, que recuperó el impulso últimamente, dialoga con la convicción de que para llevar a cabo la batalla cultural hay que evitar el camino de la autocomplacencia y la pereza argumentativa, confrontando desde el reconocimiento mutuo con los que transitan, incluso, veredas opuestas al campo popular.
–¿Cuáles fueron los principales avances y cuáles son las cuentas pendientes del modelo kirchnerista?
–La mayor contribución del proceso político iniciado en 2003, y radicalizado a partir de 2007, es la experiencia de que la democracia concebida como conjunto de procedimientos e instituciones puede ser transformadora, enfrentar poderes, liberar contenidos populares, producir escenarios de igualdad que antes no existían, implementar reparaciones y desnaturalizar la evidencia de la dominación. Lo principal no es tanto el conjunto de medidas populares que lograron prosperar a través de los procedimientos que la república prevé (inigualables en cantidad y calidad con ningún otro período democrático en la historia argentina reciente), sino sobre todo la resignificación de la democracia misma, en tanto una forma de vida colectiva que mantiene abierta la cuestión de la justicia, en la doble acepción de redistribución y reconocimiento. Queda pendiente una integración con fuerzas populares de otro signo (parte del radicalismo, el socialismo, Proyecto Sur) para sostener decisiones osadas que requieren una red de contención popular e intelectual mucho más vasta. Creo que se cometieron errores por los cuales fuerzas que debieran estar acompañando este proceso (por historia, por ideología, por haber participado en mil combates similares a los que se libran hoy) están, contra natura, integrando la oposición.
–¿Cuál considera que fue el punto de inflexión en la mejoría que se palpa en la relación del gobierno con la sociedad?
–Me parece que el gobierno está transitando un buen momento. Un punto de inflexión fue la derrota de la oposición en el Parlamento cuando se atrincheró para rechazar el pliego que designaba a Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central. Quedó tan en evidencia la miseria argumentativa de sus principales referentes que en buena parte de la opinión pública hubo un cambio de sensibilidad muy notorio. También vale decir que, desde el 28 de junio, la capacidad de producir política del gobierno ha sido vertiginosa y ha sumido a la oposición en una suerte de impotencia e inverosimilitud, siempre retardada respecto de lo que ocurre.
–¿Qué escenario abren la presentación oficial del informe de Papel Prensa y el decreto de reglamentación de la ley antimonopólica?
–Las medidas concretas que anunció la presidenta crean sin duda las condiciones para una democratización de la palabra pública. Lo principal, sin embargo, es la contribución del informe presidencial a la verdad histórica de la que muchos sectores (la clase empresaria, la justicia y los medios sobre todo) se hallan aún sustraídos. El pasado es necesariamente objeto de disputa y es natural que exista un conflicto de interpretaciones y opiniones acerca de él. Pero esa contienda debe presuponer la salvaguarda de los hechos tal y como ocurrieron. Que hubo una complicidad entre los grandes medios y la dictadura es simplemente un hecho que se prueba leyendo las portadas de esos mismos medios en aquellos tiempos. Convertir los hechos del pasado en una opinión entre otras es una de forma de negacionismo. Con su opinión de que Clarín es la última muralla de la libertad de la Argentina, Elisa Carrió hace del negacionismo la proa de su relato político.
–¿Cómo ves a la centroizquierda opositora que encabeza Proyecto Sur?
–Puede constituirse en un espacio necesario si sus bases desbordan el narcisismo en que está envuelto Pino, quien ha adoptado posiciones irresponsables, celebradas por la derecha más rancia. No hay por qué compartir la ruta con el actual gobierno, pero ser funcional a los poderes que siempre se había denunciado como antidemocráticos es una forma penosa de dilapidar una trayectoria de compromiso y de lucha. Pienso que fue un error de su parte –y con ello arrastró a todo Proyecto Sur– no recoger el ramito de olivo que le arrojó la presidenta en la conferencia de prensa tras las elecciones de junio.
–¿Es posible la consolidación de un frente popular que sostenga este proceso?
–La “batalla cultural” que se está librando en la Argentina tiene necesariamente una relación tensa con el propio legado. Hay un sintagma que insiste y que, tal vez, sea necesario abandonar, porque hoy es más lo que bloquea que lo que abre. La expresión a la que me refiero es la de “nacional y popular”, que Antonio Gramsci acuñó en la cárcel durante los años ’20, y luego tuvo una profusa deriva política en la historia argentina. Pensar el concepto de nación y la cultura popular, a mi modo de ver, requiere prescindir de la expresión “nacional y popular”, que no ha salido indemne de su propia historia. Esa importante batalla cultural tiene más posibilidades de prosperar en la medida en que su capacidad inventiva sea mayor y el trabajo sobre el lenguaje que seamos capaces de hacer se sustraiga a la fuerza de la repetición. Hay un campo popular, pero creo que es irrepresentable. No obstante, la necesidad de construir un sujeto político que apoye activamente las decisiones que afectan intereses económicos muy acendrados resulta imprescindible. Tiendo a creer que ese sujeto puede ser una multitud contingente, inesencial y provisoria en su deseo, más que un pueblo en sentido sustantivo. Pero en cualquier caso, se trata de categorías políticas que requieren de una militancia y una estrategia.
–¿Qué supuso y supone la existencia de Carta Abierta?
–El surgimiento de Carta Abierta fue una rareza y un soplo de aire fresco en la escena intelectual argentina, que había sido ganada por un academicismo aséptico, quizá producto de la retracción de las ideas que implicó la devastación cultural de los años noventa. Como laboratorio político y pronunciamiento comprometido, la intervención pública de Carta Abierta fue decisiva en su oportunidad y contribuyó a impedir que todo se derrumbara en el momento más crítico, cuando la embestida de las patronales agrarias y mediáticas habían logrado imponer una hegemonía de lenguaje. Si esa hegemonía ya no es tal, se debe en parte a la emisión de significados contrarios que produjo Carta Abierta cuando prácticamente nadie lo hacía. Quizás hoy esté frente a la necesidad de redefinirse y dar un salto hacia otra parte, porque el país es otro con respecto al de hace dos años.
–Se suele hablar del retorno de la discusión política y del debate de modelos de país cuando se señala un rasgo novedoso del proceso que se abre el 25 de mayo de 2003, ¿cuál es la situación de la sociedad cordobesa en ese sentido?
–Córdoba nunca estuvo tan lejos de su propia historia. Es extraño, porque se trata de una ciudad con una gran intensidad cultural, atestada de movimientos sociales, artistas, intelectuales, con una universidad política y académicamente viva, todo lo cual no tiene correlato electoral de ningún tipo. Córdoba ostenta el radicalismo más conservador y el peronismo más retardatario del país, además del Partido Nuevo que ha tenido posiciones reaccionarias tanto en el campo de la política como de la cultura. En mi opinión, los organismos de Derechos Humanos, algunos sindicatos históricos como Luz y Fuerza o la UEPC, los movimientos sociales y la universidad, entre otros actores que se hallan dispersos, deberían trabajar en conjunto para crear las condiciones que permitan la irrupción de nuevos referentes políticos. Hay un deseo social importante de que algo así prospere y exprese una Córdoba que hoy está en el desamparo. En ese contexto, una alianza del kirchnerismo con De la Sota o Juez significaría volver diez o veinte pasos atrás, e implicaría un golpe para quienes proponen articular esa “otra Córdoba”. Carta Abierta Córdoba y el Instituto Político de Pensamiento y Acción llevan adelante un trabajo en esa dirección.
–¿Cuál es tu perspectiva respecto del rol del intelectual en el momento actual?
–Las principales tareas son impedir la imposición de una lengua única y contribuir a mantener abierta la cuestión democrática que la sociedad argentina afortunadamente ha adoptado sin temor, y escrutar con prudencia cuánta democracia una sociedad está dispuesta a sostener y defender, aunque la respuesta a este interrogante nunca es ni puede ser taxativa. También pensar cuestiones como la igualdad, la memoria o la ética en los procesos de transformación social efectiva. En cuanto a aquellos que hemos adoptado un compromiso público en favor del proceso político abierto en 2003, la tarea no debería ser la de formar un aparato justificatorio de todas las medidas de gobierno. La mayor contribución es precisamente la crítica sin concesiones de todo lo que no responda al interés público. Además, considero fundamental salir de la trinchera en la que los medios han colocado a la palabra pública, y crear espacios de conversación y debate honesto con intelectuales que no comulgan con el actual gobierno.
El compromiso fundado sobre la crítica constructiva y no en el oportunismo arribista o en la obsesión por el mero prestigio individual. La reflexión activa como aporte sustancial de aquel que vislumbra los riesgos que conlleva caer en el automatismo y la repetición. La búsqueda persistente y el esfuerzo conceptual por encontrar un lenguaje novedoso que, sin anclarse y en constante tensión, parta de las tradiciones políticas de la emancipación y la igualdad para llamar con novedosas palabras a esta época latinoamericana que exige realizar el mismo esfuerzo teórico de los espíritus lúcidos que formaron parte de otros momentos históricos de transformación en la región.
Por estos vericuetos del debate político actual se mueve Diego Tatián, filósofo cordobés que intuye que hay ciertas consignas y definiciones contundentes, con un peso histórico y simbólico innegable, que por la fuerza de la reiteración están perdiendo fuerza. Descreído de la nociones clásicas de una izquierda a la que busca revitalizar, y con la evidencia del tipo de militancia que se viene movilizando a favor de logros colectivos fundamentales, como son la nueva Ley de Medios o el matrimonio igualitario, Tatián sostiene que el “sujeto político puede ser una multitud contingente, inesencial y provisoria en su deseo más que un pueblo en sentido sustantivo”.
Uno de los fundadores del espacio Carta Abierta Córdoba, que recuperó el impulso últimamente, dialoga con la convicción de que para llevar a cabo la batalla cultural hay que evitar el camino de la autocomplacencia y la pereza argumentativa, confrontando desde el reconocimiento mutuo con los que transitan, incluso, veredas opuestas al campo popular.
–¿Cuáles fueron los principales avances y cuáles son las cuentas pendientes del modelo kirchnerista?
–La mayor contribución del proceso político iniciado en 2003, y radicalizado a partir de 2007, es la experiencia de que la democracia concebida como conjunto de procedimientos e instituciones puede ser transformadora, enfrentar poderes, liberar contenidos populares, producir escenarios de igualdad que antes no existían, implementar reparaciones y desnaturalizar la evidencia de la dominación. Lo principal no es tanto el conjunto de medidas populares que lograron prosperar a través de los procedimientos que la república prevé (inigualables en cantidad y calidad con ningún otro período democrático en la historia argentina reciente), sino sobre todo la resignificación de la democracia misma, en tanto una forma de vida colectiva que mantiene abierta la cuestión de la justicia, en la doble acepción de redistribución y reconocimiento. Queda pendiente una integración con fuerzas populares de otro signo (parte del radicalismo, el socialismo, Proyecto Sur) para sostener decisiones osadas que requieren una red de contención popular e intelectual mucho más vasta. Creo que se cometieron errores por los cuales fuerzas que debieran estar acompañando este proceso (por historia, por ideología, por haber participado en mil combates similares a los que se libran hoy) están, contra natura, integrando la oposición.
–¿Cuál considera que fue el punto de inflexión en la mejoría que se palpa en la relación del gobierno con la sociedad?
–Me parece que el gobierno está transitando un buen momento. Un punto de inflexión fue la derrota de la oposición en el Parlamento cuando se atrincheró para rechazar el pliego que designaba a Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central. Quedó tan en evidencia la miseria argumentativa de sus principales referentes que en buena parte de la opinión pública hubo un cambio de sensibilidad muy notorio. También vale decir que, desde el 28 de junio, la capacidad de producir política del gobierno ha sido vertiginosa y ha sumido a la oposición en una suerte de impotencia e inverosimilitud, siempre retardada respecto de lo que ocurre.
–¿Qué escenario abren la presentación oficial del informe de Papel Prensa y el decreto de reglamentación de la ley antimonopólica?
–Las medidas concretas que anunció la presidenta crean sin duda las condiciones para una democratización de la palabra pública. Lo principal, sin embargo, es la contribución del informe presidencial a la verdad histórica de la que muchos sectores (la clase empresaria, la justicia y los medios sobre todo) se hallan aún sustraídos. El pasado es necesariamente objeto de disputa y es natural que exista un conflicto de interpretaciones y opiniones acerca de él. Pero esa contienda debe presuponer la salvaguarda de los hechos tal y como ocurrieron. Que hubo una complicidad entre los grandes medios y la dictadura es simplemente un hecho que se prueba leyendo las portadas de esos mismos medios en aquellos tiempos. Convertir los hechos del pasado en una opinión entre otras es una de forma de negacionismo. Con su opinión de que Clarín es la última muralla de la libertad de la Argentina, Elisa Carrió hace del negacionismo la proa de su relato político.
–¿Cómo ves a la centroizquierda opositora que encabeza Proyecto Sur?
–Puede constituirse en un espacio necesario si sus bases desbordan el narcisismo en que está envuelto Pino, quien ha adoptado posiciones irresponsables, celebradas por la derecha más rancia. No hay por qué compartir la ruta con el actual gobierno, pero ser funcional a los poderes que siempre se había denunciado como antidemocráticos es una forma penosa de dilapidar una trayectoria de compromiso y de lucha. Pienso que fue un error de su parte –y con ello arrastró a todo Proyecto Sur– no recoger el ramito de olivo que le arrojó la presidenta en la conferencia de prensa tras las elecciones de junio.
–¿Es posible la consolidación de un frente popular que sostenga este proceso?
–La “batalla cultural” que se está librando en la Argentina tiene necesariamente una relación tensa con el propio legado. Hay un sintagma que insiste y que, tal vez, sea necesario abandonar, porque hoy es más lo que bloquea que lo que abre. La expresión a la que me refiero es la de “nacional y popular”, que Antonio Gramsci acuñó en la cárcel durante los años ’20, y luego tuvo una profusa deriva política en la historia argentina. Pensar el concepto de nación y la cultura popular, a mi modo de ver, requiere prescindir de la expresión “nacional y popular”, que no ha salido indemne de su propia historia. Esa importante batalla cultural tiene más posibilidades de prosperar en la medida en que su capacidad inventiva sea mayor y el trabajo sobre el lenguaje que seamos capaces de hacer se sustraiga a la fuerza de la repetición. Hay un campo popular, pero creo que es irrepresentable. No obstante, la necesidad de construir un sujeto político que apoye activamente las decisiones que afectan intereses económicos muy acendrados resulta imprescindible. Tiendo a creer que ese sujeto puede ser una multitud contingente, inesencial y provisoria en su deseo, más que un pueblo en sentido sustantivo. Pero en cualquier caso, se trata de categorías políticas que requieren de una militancia y una estrategia.
–¿Qué supuso y supone la existencia de Carta Abierta?
–El surgimiento de Carta Abierta fue una rareza y un soplo de aire fresco en la escena intelectual argentina, que había sido ganada por un academicismo aséptico, quizá producto de la retracción de las ideas que implicó la devastación cultural de los años noventa. Como laboratorio político y pronunciamiento comprometido, la intervención pública de Carta Abierta fue decisiva en su oportunidad y contribuyó a impedir que todo se derrumbara en el momento más crítico, cuando la embestida de las patronales agrarias y mediáticas habían logrado imponer una hegemonía de lenguaje. Si esa hegemonía ya no es tal, se debe en parte a la emisión de significados contrarios que produjo Carta Abierta cuando prácticamente nadie lo hacía. Quizás hoy esté frente a la necesidad de redefinirse y dar un salto hacia otra parte, porque el país es otro con respecto al de hace dos años.
–Se suele hablar del retorno de la discusión política y del debate de modelos de país cuando se señala un rasgo novedoso del proceso que se abre el 25 de mayo de 2003, ¿cuál es la situación de la sociedad cordobesa en ese sentido?
–Córdoba nunca estuvo tan lejos de su propia historia. Es extraño, porque se trata de una ciudad con una gran intensidad cultural, atestada de movimientos sociales, artistas, intelectuales, con una universidad política y académicamente viva, todo lo cual no tiene correlato electoral de ningún tipo. Córdoba ostenta el radicalismo más conservador y el peronismo más retardatario del país, además del Partido Nuevo que ha tenido posiciones reaccionarias tanto en el campo de la política como de la cultura. En mi opinión, los organismos de Derechos Humanos, algunos sindicatos históricos como Luz y Fuerza o la UEPC, los movimientos sociales y la universidad, entre otros actores que se hallan dispersos, deberían trabajar en conjunto para crear las condiciones que permitan la irrupción de nuevos referentes políticos. Hay un deseo social importante de que algo así prospere y exprese una Córdoba que hoy está en el desamparo. En ese contexto, una alianza del kirchnerismo con De la Sota o Juez significaría volver diez o veinte pasos atrás, e implicaría un golpe para quienes proponen articular esa “otra Córdoba”. Carta Abierta Córdoba y el Instituto Político de Pensamiento y Acción llevan adelante un trabajo en esa dirección.
–¿Cuál es tu perspectiva respecto del rol del intelectual en el momento actual?
–Las principales tareas son impedir la imposición de una lengua única y contribuir a mantener abierta la cuestión democrática que la sociedad argentina afortunadamente ha adoptado sin temor, y escrutar con prudencia cuánta democracia una sociedad está dispuesta a sostener y defender, aunque la respuesta a este interrogante nunca es ni puede ser taxativa. También pensar cuestiones como la igualdad, la memoria o la ética en los procesos de transformación social efectiva. En cuanto a aquellos que hemos adoptado un compromiso público en favor del proceso político abierto en 2003, la tarea no debería ser la de formar un aparato justificatorio de todas las medidas de gobierno. La mayor contribución es precisamente la crítica sin concesiones de todo lo que no responda al interés público. Además, considero fundamental salir de la trinchera en la que los medios han colocado a la palabra pública, y crear espacios de conversación y debate honesto con intelectuales que no comulgan con el actual gobierno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario