martes, 28 de diciembre de 2010

Parirás revolución en un pesebre

Por Alfredo Grande

Un nacimiento es un misterio del presente que develará su secreto en algún futuro. Pero no todos, ni siquiera los más importantes. Y tampoco a todos. Ese niño pobre que va a nacer no puede ser alzado por cualquiera. Y mucho menos acariciado, mimado, besado. Ese niño que nacerá dentro de poco, debe ser preservado de las franelas de oro y de las lisonjas de plata. No todos los que vayan a conocerlos serán bien recibidos. Muchos, incluso, serán expulsados. Quizá en algún otro tiempo, ese niño crecido intentará expulsar a mercaderes de baja estofa que corrompen el templo de la virtud. Todos sabrán en ese momento que el niño, ahora crecido, tratará de aniquilar al capitalismo y a todos los becerros, incluso los de plástico, que algunos llaman tarjeta de crédito, y especialmente a los planes de largas cuotas, porque mantienen la deuda y la culpa hasta la eternidad. Ningún rey, aunque se presente como mago, y quizá, especialmente si se presenta como mago, podrá entregar ninguna credencial, ningún obsequio, ni se le permitirá hacer lobby con los patrones de la estancia. Aunque intenten acercarse con las fuerzas de seguridad para los otros, aunque declamen carecer de armas de fuego. Hace siglos que tienen el arma de destrucción masiva mas poderosa que es el discurso culpabilizador y reaccionario de la cultura represora. Esos reyes serán devueltos a los tronos de donde vinieron y sabrán que el nacimiento también es un anuncio de que tronarán futuros escarmientos. Tampoco serán bienvenidos todos los animales. Los llamados domésticos, con ese insoportable sometimiento a los mandatos feudales, esa lastimosa decadencia de su especie en una caricatura genuflexa y cobarde, no serán admitidos por constituirse en el peor estímulo posible. Bajar la cabeza e incluso aceptar que les corten el pescuezo por las sobras, las migas, las basuras de un banquete. Serán invitados los lobos, especialmente el estepario, Miguel, el perro de circo que se hiciera amigo de Jack London, el gato montés y salvaje, el tigre cuyo grito en la selva anunciaba que mataba para vivir pero que nunca viviría para matar. Tampoco el león sería aceptado, porque en modo alguno es el rey de la selva, sino apenas un cafishio mediocre y vagoneta. En cambio, todas las leonas serán recibidas como protectoras de todas las especies, y en primer lugar, de las especies luchadoras y amorosas. Tendrán preferencia las águilas de alto vuelo, el cóndor que resiste ser extinguido, el orgulloso y valiente jabalí que combate en forma desigual contra la jauría corrupta de los perros que traicionaron su linaje. Los herbívoros que prefieren defender su manada antes que pactar con el humano, podrán llegar sin temer ataques ni represalias. El niño cuando nazca tendrá que estar rodeado por todos los ejemplos de lucha y resistencia, y junto a los animales que sostienen la vida, estarán artesanos, obreros, trabajadores, maestros, los que en el afuera en la cultura y en el adentro de la subjetividad insisten en defenderse del alud de piedras y cascotes que con prisa y sin pausa arrojan los mariscales de las derrotas populares. El pesebre es una organización donde los deseos y las pasiones no encuentran los barrotes de bulas, edictos y decretos que habitualmente los encierran. El pesebre es otro de los nombres de los asentamientos, donde la muerte y la vida le pelean espacio a la tierra. El pesebre es una tierra que el poderoso abandonó y en la cual encontraron abrigo y refugio la madre y el niño que está por llegar. La mujer sabe que ha sido inmaculada no por concebir sin pecado, sino por dejarse preñar por el sueño posible de la lucha libertaria. Fue concebida sin pecado, tan solo porque no hay pecado y si hubiera alguno sería el de parir solo para seguir fabricando eunucos y consumistas. El niño que está por nacer tendrá la sabiduría de las luchas legendarias y muy temprano sabrá que la violencia es sacar lo que sobra y el amor es poner lo que falta. Tendrá su propia pelea con la comercialización de su llegada y escupirá el rostro de los que idolatran la familia, sin analizar si son los vasos del amor o son ollas de la crueldad. Ese niño crecerá y no tolerará que acusen los que deberían ser acusados, que castiguen los que deberían ser castigados y jamás permitirá que nadie sea lapidado por dogmas, prejuicios o cobardía. Sabrá que más importante que juzgar es entender y que más importante que castigar es reparar. Dará la otra mejilla solamente para recibir otro beso, pero sujetará el brazo de aquel que osara repetir el daño. Al César le dejará lo que es del César, pero todo lo demás será para el pueblo de dios. Multiplicará panes, peces y fraternidad. Y enseñará para aquel que quiera aprender, que los bienes son escasos solamente cuando pretendemos comprarlos. Y que si compartimos, siempre habrá más de lo que necesitemos. Jamás entenderá que pueda haber necesidades básicas insatisfechas, y nunca pretenderá que se pueda amar o pensar con hambre. La madre y el niño que está por nacer ya saben que en el asentamiento que llaman pesebre, como todos los años, como todos los meses, y los días y las horas, algo nuevo llegará. Buscará hackear la página del gobierno de la ciudad de buenos aires en la cual se convoca a la adoración de la mafia de los regalos. En la intimidad colectiva, grupal, vincular y deseante de ese pesebre/asentamiento, lo nuevo llegará. Y más allá de derrotas, de fracasos, de tristezas, de penas y de olvidos, en un segundo de cada era, el deseo, el amor y la esperanza lograrán el milagro de parir revolución.

Fuente: Agencia de noticias Pelota de Trapo

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