LOS EFECTOS DE LA CRISIS DE REPRESENTACIÓN
Del pasotismo a los indignados
Estos jóvenes descubren por su propia experiencia, como dicen los carteles, que es más fácil rebelarse que seguir obedeciendo. ‘Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir’ y ‘No somos antisistema, el sistema es antinosotros’ gritan las pancartas.
En la antesala de las elecciones municipales en la España de la crisis, el ajustazo y la desocupación masiva, el hartazgo de los más pudo ganarle la pulseada histórica a la inercia de las mieles del consumismo y las décadas de pasotismo social. Como de costumbre, para aquellos que desde los organismos internacionales de crédito pretenden diseñar la vida de las muchedumbres, de vez en cuando se les escapa la tortuga y se produce lo impredecible.
En el kilómetro cero del Estado español, en la mismísima Puerta del Sol, tuvo su presentación en la escena política la “Plataforma Democracia Real Ya”. Son miles de jóvenes y no tanto, que no se sienten representados por el bipartidismo de mercado que ha mandado por décadas, más allá de la retórica progresista desgastada del Partido Socialista Obrero Español y las ansias ajustistas de los conservadores del Partido Popular. A esos dos partidos que se han sucedido el comando de la transición peninsular, del lejano franquismo a la debacle económica y social del presente, se les ha complicado el futuro con este impensado despertar de la insubordinación de masas. Desde el año 1986, con la entrada de España a la Europa Comunitaria, el optimismo de los gobernantes salpicaba el pensamiento de época de la sociedad española. Eran los tiempos de los “maravillosos ’90” y su correlato en la primera década del nuevo siglo, donde el PSOE de socialista sólo preservaba la S, y de obrero le quedaba tan sólo la liturgia diletante de la procesión de las banderas rojas del Primero de Mayo. Los hijos de los que soñaron con la ruptura franquista, a mediados de los ’70, pervivían consumiendo lo que el mercado les mandataba, y el pasotismo fue la respuesta escéptica de muchos hijos de obreros que fueron recorriendo la transición de una democracia cool, a una precarización invisibilizada por un nuevo europeísmo fashion. En la vorágine de consumo quedó poco espacio para la reflexión política y social sobre esa burbuja de bienestar incierto, que a golpe de letras hipotecarias y deudas les permitía “abrirse camino ante tanta confusión”, con jóvenes instalados en la intermitencia laboral, los contratos basura y la vista puesta en el espejismo del bienestar de la Europa renana y su alejamiento subjetivo a todo lo que los remitiera a ese tercer mundo tan europeamente negado.
En esas duras épocas para la disidencia contracultural, tan sólo los vestigios de la izquierda ligada a los movimientos sociales en retroceso –como las Precarias a la deriva, las organizaciones en favor de los derechos de los inmigrantes, los experimentos de la prensa under y los okupas urbanos– expresaban su descontento con la paradisíaca burbuja de la globalización neoliberal. Ser contestatario para los bisnietos de los que murieron en la guerra civil no estaba de moda, pese a que muchos se subieron al tren del consumo, agarrados en el riesgoso furgón de cola de la inestabilidad laboral y las formas flexibles de trabajo. Pero la ruleta de la timba financiera y el sueño consumista volaron por los aires, y a finales de 2008, sonó el despertador en Wall Street, y la lógica del consumismo se transformó en la pesadilla de la España real de la crisis y el estancamiento.
El 45% de los jóvenes menores de 30 años no consiguen currele, y los precarios intermitentes no renuevan sus contratos, generando un presente descarnado que divisa un futuro de terror. Entre los acampantes del movimiento 15 M, que desde hace una semana pernoctan en ese simbólico lugar de festejos de los madrileños, en la Puerta del Sol, la esperanza anida en las potencialidades de sus propias fuerzas que se insubordinan a un estado de cosas invivible. Y en los comienzos de la primavera europea, millares de chavales unidos por el hartazgo y la indignación, ante los que se dicen sus representantes, esos mismos que prometen lo que nunca cumplen y luego del rito electoral, continúan sus rutinas liados al poder económico, las corporaciones financieras y los grandes banqueros. La indignación española, y su desmadre destituyente, se ha convertido en un reguero de insubordinación ciudadana que hoy se ha esparcido en más de 50 ciudades peninsulares. Más allá de la formalidad democrática y de las elecciones municipales del 22 M , el grito de la multitud expresa una crisis que trasciende lo meramente económico. Lo que el cataclismo social les ha enseñado a estos jóvenes desobedientes es que las calles son su principal reaseguro. Y que su presentación en escena jaquea el dispositivo de la formalidad representativa, del capitalismo parlamentario y su tradicional dispositivo partidario.
Como las muchedumbres egipcias y tunecinas, los Estados meridionales de la Europa al borde del default, recorrerán sus trayectorias destituyentes de un sistema de cosas, que ha perdido aunque sea momentáneamente su sentido disciplinador, esa particular forma de dominación de las sociedades modernas que manipulan los poderosos para su beneficio.
En ese sinsentido coyuntural, que ha atravesado las políticas gubernamentales de los partidos hegemónicos en la España post transición que, en sus dos orillas comparten los mismos vientos políticos de emancipación a su manera y con sus particularidades. Tan contradictorios como la vida misma, expresados en sus múltiples pancartas que nombran en 1000 pensamientos diversos, las heterogéneas necesidades compartidas en una sola voluntad, cambiar la vida. Consignas singulares articuladas colectivamente en esa Puerta del Sol, rebautizada por los acampantes como “estación SOLución”, o en declaraciones de jóvenes apartidarios que declaran ante los medios: “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”, “Sin curro, sin dinero y sin miedo” y “No somos un partido político, los que tienen que reflexionar son ellos”.
Estos jóvenes descubren por su propia experiencia, como dicen los carteles, “que es más fácil rebelarse que seguir obedeciendo”. Los más politizados apuntan su bronca contra “los banqueros , la dictadura de mercado y los políticos sumisos al poder financiero”.
Ante el movimiento de los Indignados, los referentes de los partidos mayoritarios, trataron de reubicarse. El jefe de gobierno socialista Rodríguez Zapatero afirmó que “a los movilizados del progresismo crítico, les pide su voto como forma de evitar el giro a la derecha que significaría el triunfo del PP, con una profundización de las medidas de austeridad económica”.
Por su parte Mariano Rajoy, líder de la oposición conservadora, consideró que la situación social era insostenible por las políticas llevadas adelante por el PSOE, concluyendo sobre la necesariedad de una “política de choque”, sin explicar el contenido de las mismas. Según pasaron los días, el movimiento adquirió mayor densidad social y se extendió en concentraciones simbólicas en otras capitales de Europa. Lo que aún no queda claro es si las instituciones de gobierno, y sus partidos mayoritarios como el PSOE, y el PP, sabrán encontrar canales de resolución a las demandas de los Indignados, que han alterado la agenda en curso de lo “políticamente correcto” en la España del ajuste y el recorte presupuestario. Sin embargo, la justicia electoral parece no haber caído en la cuenta sobre la magnitud de la rebeldía ciudadana y resolvió en fallo dividido la prohibición de las concentraciones de los Indignados en las jornadas de reflexión y en el día de hoy, fecha en que se efectivizarán los comicios municipales a lo largo de todo el Estado español. La aplicación de dicho dislate formalista ante la movida ciudadana quedará en manos de los distintos gobiernos civiles en cada localidad autonómica.
Por Jorge Muracciole para Tiempo Argentino
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