Ayer se conmemoraron treinta y dos años del comienzo de la etapa más sangrienta y terrorífica que haya sufrido nuestro país en sus casi doscientos años de vida, nos referimos a aquel 24 de marzo de 1976. En esa fecha se implantó la última dictadura militar que produjo un genocidio similar al que ocasionaran los nazis en Alemania, y los turcos en Armenia a principios del siglo pasado. Aquí la matanza de más de 30 mil personas, sumadas al robo de bebes de las víctimas y a las graves heridas que dejaron en los sobrevivientes, se hizo en nombre del Dios católico y la Patria para el Imperio con complicidad de gran parte de la ciudadanía que se refugiaba en la lamentable frase “por algo será”. Ese “por algo será” refería a la imposición de un sistema político y económico para una minoría de la población que no debía exceder los diez millones de habitantes como sugería el entonces ministro de Economía, José Martínez de Hoz.
Sobraba mucha gente- la cual según la visión de los milicos y la cúpula eclesiástica eran todos “subversivos”- que debían ser eliminados para así poder establecer el modelo de la acumulación de riquezas en un sector minoritario de la sociedad, generando la miseria planificada a base del terror. Empezó, de esta manera, el desfalco del Estado de bienestar, instaurándose la patria financiera que acabaría con el modelo productivista de integración social, y promovería la extranjerización de la economía (la venta de los recursos naturales) que llevaría a cabo el gobierno de Carlos Saúl Menem en la década del 90.
El nuevo orden socioeconómico basado en el terror que implantaron los militares- siguiendo el mandato de las clases altas, la Iglesia Católica y el poder estadounidense- tenía como objetivo terminar con los logros alcanzados por la clase trabajadora, socavar su libertad y sus derechos para afianzar la concentración de las ganancias y del poder de las elites. Este orden abrió el proceso de desindustralización y marginación masiva. Fue un régimen dictatorial de corte claramente clasista. Exterminó a gran parte de la clase obrera, a artistas, estudiantes, pensadores, profesionales de todas las áreas, y hasta a curas de modestas parroquias. No importaba si había que matar a mujeres, niños y ancianos. Todo era en pos del bienestar del gran capital.
No hubo dos demonios, ni guerra sucia. Hubo una masacre de un Estado asesino que contó con el sustento del poder imperial norteamericano. Había que enriquecer más a los ricos, extirpándoles a las clases populares sus bienes materiales y simbólicos a través del horror. Había que cerrar la economía.
La oligarquía campesina, con la Sociedad Rural a la cabeza, participó del golpe de Estado, fue protagonista. Siempre quiso un país para pocos, y siempre tuvo sus arcas llenas. Desdeñó permanentemente a la democracia y a los gobiernos populares. Y ahora ve con melancolía esos tiempos de autoritarismo y criminalidad cívica. Vuelven a ideologizar (concepto del que aborrecen) el panorama nacional, haciendo pasar su interés de clase (vulgarizándolo) como si fuese el de toda la sociedad en su conjunto, cuando en realidad se están quejando porque van a ganar un poco menos de lo que venían devorando. Esto señores gordos del campo son los dueños del país y no quieren resignar ni un centavo. Se han favorecido descomunalmente con la pesificación del 2002 gracias a la intervención del Estado, y ahora quieren que el mismo no interfiera en sus asuntos y lo deje todo en manos del mercado, siendo que ellos son quienes rigen el funcionamiento de este último.
El aumento a las retenciones móviles al sector agropecuario y ganadero tiene el propósito de paliar la crisis internacional y de salvaguardar el mercado interno. Los terratenientes no quieren ceder nada y encima amenazan con desabastecer de productos a la población, afectando nuevamente a los más necesitados. Los señores campestres son responsables de la suba de precios, y arrastran en sus desmedidos caprichos a los peones rurales que ellos mismos explotan.
Sobraba mucha gente- la cual según la visión de los milicos y la cúpula eclesiástica eran todos “subversivos”- que debían ser eliminados para así poder establecer el modelo de la acumulación de riquezas en un sector minoritario de la sociedad, generando la miseria planificada a base del terror. Empezó, de esta manera, el desfalco del Estado de bienestar, instaurándose la patria financiera que acabaría con el modelo productivista de integración social, y promovería la extranjerización de la economía (la venta de los recursos naturales) que llevaría a cabo el gobierno de Carlos Saúl Menem en la década del 90.
El nuevo orden socioeconómico basado en el terror que implantaron los militares- siguiendo el mandato de las clases altas, la Iglesia Católica y el poder estadounidense- tenía como objetivo terminar con los logros alcanzados por la clase trabajadora, socavar su libertad y sus derechos para afianzar la concentración de las ganancias y del poder de las elites. Este orden abrió el proceso de desindustralización y marginación masiva. Fue un régimen dictatorial de corte claramente clasista. Exterminó a gran parte de la clase obrera, a artistas, estudiantes, pensadores, profesionales de todas las áreas, y hasta a curas de modestas parroquias. No importaba si había que matar a mujeres, niños y ancianos. Todo era en pos del bienestar del gran capital.
No hubo dos demonios, ni guerra sucia. Hubo una masacre de un Estado asesino que contó con el sustento del poder imperial norteamericano. Había que enriquecer más a los ricos, extirpándoles a las clases populares sus bienes materiales y simbólicos a través del horror. Había que cerrar la economía.
La oligarquía campesina, con la Sociedad Rural a la cabeza, participó del golpe de Estado, fue protagonista. Siempre quiso un país para pocos, y siempre tuvo sus arcas llenas. Desdeñó permanentemente a la democracia y a los gobiernos populares. Y ahora ve con melancolía esos tiempos de autoritarismo y criminalidad cívica. Vuelven a ideologizar (concepto del que aborrecen) el panorama nacional, haciendo pasar su interés de clase (vulgarizándolo) como si fuese el de toda la sociedad en su conjunto, cuando en realidad se están quejando porque van a ganar un poco menos de lo que venían devorando. Esto señores gordos del campo son los dueños del país y no quieren resignar ni un centavo. Se han favorecido descomunalmente con la pesificación del 2002 gracias a la intervención del Estado, y ahora quieren que el mismo no interfiera en sus asuntos y lo deje todo en manos del mercado, siendo que ellos son quienes rigen el funcionamiento de este último.
El aumento a las retenciones móviles al sector agropecuario y ganadero tiene el propósito de paliar la crisis internacional y de salvaguardar el mercado interno. Los terratenientes no quieren ceder nada y encima amenazan con desabastecer de productos a la población, afectando nuevamente a los más necesitados. Los señores campestres son responsables de la suba de precios, y arrastran en sus desmedidos caprichos a los peones rurales que ellos mismos explotan.
La derecha vernácula envidiosa de la democracia vuelve al ataque. No cree en la igualdad y la justicia. Y treinta y dos años después del comienzo de la etapa más oscura y atroz de la Argentina como República, los ganadores de siempre no aflojan con su cinismo y su desmesura, quieren más a costa del dolor del pueblo, al cual ya han golpeado demasiado. Gracias a sus hombres uniformados llenaron de sangre estas pampas, y parece que su voraz apetito no descansa y no verían mal la caída de otro gobierno democrático.
Por Mauro Reynaldi
Por Mauro Reynaldi
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