Por otra parte, nuestro país quedó ubicado en el puesto número 34 del tablero general, contabilizando 6 medallones, 2 dorados y 4 de bronce. Pero lo más lamentable para nuestra patria chacarera fue que los chinos optaron por el oro en vez de la soja. Mientras nosotros cultivamos dicha oleaginosa, los anfitriones olímpicos no se cansaron de cosechar aquel metal precioso. Así son las cosas, los argentinos dangelizados nos empachamos con los medallones sojizados del auge agroexportador y a la vez saturamos el éter con nuestras voces de la buena conciencia que imploran por un país más justo y equitativo, eso si, sin sacarles un solo centavo a los generadores del hambre y la miseria antihumana.
Por estos pagos el honorable Congreso de la Nación, que allá en la lejana década de 1990 rifaba todas las empresas del Estado, ahora debate la reestatización de Aerolíneas Argentinas. Ya la cámara de Diputados le dio media sanción al proyecto, los votos positivos fueron ampliamente superiores (167 a favor, 79 en contra) a los que se contaron durante la conflictiva Resolución 125 que aplicaba la movilidad en las retenciones al comercio oleaginoso. Seguramente el Senado ratificará esta tendencia y podremos decir orgullosamente que tenemos aviones propios. Estaría bueno que lo mismo suceda con la red ferroviaria, destruida durante los años de esplendor del nuevo amiguito de Alfredo De Angeli, y del gourmet de pizza y champagne, Luisito Barrionuevo. De lo contrario, seguiremos viendo cómo se repiten con absoluta normalidad los accidentes fatales en las rutas a causa del congestionamiento que genera el ejército de camiones del inofensivo Huguito Moyano. Hay que pensar seriamente un nuevo sistema de transportes con el fin de la integración territorial. Sin aviones y trenes, esto se torna imposible.
Volver al Estado significa recuperar lo que es nuestro, de todos los argentinos. En la última década del siglo pasado se privatizaron todos los servicios públicos y también los recursos naturales con el alegato de que éstos estarían mejor en manos privadas, que en las deficitarias garras estatales. Los empresarios locales se aliaron con los capitales extranjeros para quedarse con lo que era propiedad pública, argumentando que ellos iban a mejorar los servicios con más eficacia, calidad y tecnología. Aproximadamente quince años después, corroboramos que dichos servicios fueron ruines: hubo mayor corrupción acompañada de pésimos funcionamientos, y se dejaron a muchos trabajadores sin empleo.
Afortunadamente, ahora desde el gobierno nacional se ha vuelto ha poner en primera plana la importancia del rol del Estado como conductor en la economía y como director de la sociedad civil para proteger nuestro patrimonio. Aunque no debemos pasar por alto el hecho de que en el oficialismo rondan varios seres camaleónicos que aplaudieron el desguace estatal del menemismo, transaron con medio mundo con tal de no extinguirse, y por estos días son más estatistas que Perón en 1945.
Como China que fue Imperio, después un régimen comunista, y ahora una de las naciones capitalistas más poderosas de la Tierra, en Argentina también todo muta, pero aquí sin que termine de cambiar nada concretamente. Tenemos banqueros, dirigentes, empresarios, sindicalistas, que festejaron la partuza neoliberal y actualmente - como si se hubieran despertado de un lindo sueño que temen contarlo en público porque sienten que nadie les va a creer- nos brindan hermosos discursos afinados en tonalidad nacional y popular. En cambio, quienes no comulgan con dicha euforia sinfónica, continúan presagiando un destino abismal para el país y sostienen que todo lo que hace este Gobierno está podrido de antemano, para ellos con Menem y De La Rúa, y hasta en algunos casos con los milicos, estábamos mejor aunque nunca lo reconocerán públicamente.
¡Que lindo cuento chino! Lastima que ni los mismos asiáticos lo van a entender ya que ellos están entretenidos contando oro, no soja.
Por Mauro Reynaldi
Por Mauro Reynaldi
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