lunes, 17 de agosto de 2009

Cine Club Rosario- Programa del Martes 18 y Miércoles 19 de agosto







Martes 18 de agosto, a las 20 hs.
EL VIENTO VA Y VUELVE (Italia, 2005)
Dirección: Giorgio Diritti - Int.: Thierry Toscan, Alessandra Agosti.
Es la historia del pastor francés Philippe Héraud que, como consecuencia de la construcción de una central nuclear, decide dejar los Pirineos para irse a vivir lejos, con su mujer y sus tres hijos. Después de un viaje de exploración por Suiza y el Valle de Aosta, llega a los valles occitanos de la provincia de Cuneo, en el noroeste de Italia. Allí descubre Chersogno, una pequeña aldea situada en una de las cimas de la zona. Y es también allí que Philippe conoce a algunas personas, entre ellas al alcalde, que lo ayudan a facilitar su traslado: le encuentran casa, pastos donde apacentar las cabras, y establos donde producir sus quesos. Hacen todo esto con la esperanza de que el trabajo del recién llegado sirva como ejemplo y estímulo a los jóvenes que, de seguir todo igual, terminarán emigrando de allí. Al mismo tiempo otros, como los pobladores de fin de semana a los cuáles no les gustan las maneras ni los métodos de Philippe, hacen presión para conservar el soñoliento status quo del lugar. Una serie de vicisitudes se van dando y van haciendo evolucionar la historia de esta familia y, conjuntamente, la de la aldea.

Martes 18 de agosto, a las 22 hs.
VALS CON BASHIR (Israel, Francia, 2008)
Dirección: Ari Folman - ANIMACION
Cesar 2009, "Mejor Filme Extranjero" Globo de Oro 2009, "Mejor Filme Extranjero"
PRE-ESTRENO

Que el escenario sea Beirut, Stalingrado o Auschwitz poco importa. “Vals con Bashir” se encarga de establecer hábilmente las suficientes conexiones como para que su discurso vaya más allá de barbaries locales y remita a las atrocidades que el ser humano ha perpetrado en las inacabables guerras, revoluciones y conflictos que han desangrado el mundo en el pasado siglo y siguen haciéndolo hoy. Parecía necesario que alguien renovara las formas para llamar de nuevo la atención hacia un debate que corría el riesgo de desgastarse (por cantidad más que por calidad) y un discurso ante el que el espectador comenzaba a dar muestras de inmunidad. Ese alguien, por fortuna, es Ari Folman, un cineasta capaz de llevar a cabo una obra tan inmensa como “Vals con Bashir”.
Porque al fin y al cabo, resulta más bien secundario (aunque no accesorio) que esta película israelí se inscriba en la animación Flash o que su narración se hilvane entre la ficción y el falso documental. Desde luego, la técnica ayuda enormemente a dotar a sus imágenes de una fuerza dramática inusitada, cercanas un expresionismo lleno de sombras y rostros marcados por los desastres de la guerra. Un buen ejemplo es aquella única escena que Ari puede recordar de la catástrofe: el cielo de Beirut se ilumina al caer las bombas y él y otros soldados salen desnudos del mar. El sueño de un amigo impulsa esta imagen y los mecanismos de una memoria sumida en una amnesia selectiva, el deambular del ex soldado y hoy director que busca las razones de la misma y encuentra los mismos síntomas en todos y cada uno de los que compartieron la pesadilla con él. Es el principio de la construcción de uno de los discursos de la memoria más brillantes del cine, articulado en el subconsciente, en las alucinaciones o recuerdos despertados por resortes psicoanalíticos para recuperar el pasado que quisimos olvidar.
Ari Folman ha levantado una obra asombrosa, desoladora sin concesiones, que hipnotiza y fascina desde su impactante comienzo en forma de pesadilla. “Vals con Bashir” resulta tan magnífica en las conversaciones que Ari mantiene en el presente con sus antiguos compañeros como en los aterradores retratos de la Primera Guerra del Líbano: en lo primero, se establecen profundas reflexiones en torno a la culpa colectiva, levantada tanto por aquellos que se encontraban en los mismos campos de Sabra y Chatila como los que tenían conciencia de lo que allí estaba ocurriendo; en lo segundo, la cinta se muestra magistral y nada pretenciosa en su subrayado de los sinsentidos del conflicto, capaz de ser una patada en el estómago sin la necesidad de lo explícito o el abuso de lo trágico. Muy al contrario, la película de Folman deja que las imágenes hablen por sí solas sin forzarlas en un sentido u otro, avanzando a través de recursos visuales nunca gratuitos y siempre dotados de una significación propia.
Son escasos los títulos equiparables en las devastadoras consecuencias emocionales que “Vals con Bashir” puede llegar a producir. Inteligente, bellísima, y dolorosa hasta sus últimas consecuencias, la contraposición final de la imagen documental a la animada completa un proceso en el que todo alma implicada se verá sacudida. Y es que este relato sobre la memoria y la amnesia históricas te fascina, te atrapa, te golpea y deja recuperarte. Te sobrecoge y duele, te cautiva, te embelesa y te hunde lentamente en el drama de la guerra para finalmente descubrir sus cartas y destrozarte en su insoportable sinceridad. Sin mimbres melodramáticos, sin tópicos ni manidas recurrencias, y permitiéndose el tema “Enola Gay” de los OMD para asentar el contexto en el principio de los 80. Su extraordinario uso de la música se acaba aliando a la perfección con las imágenes, y da con uno de los pasajes más bellos que servidor jamás haya contemplado: en medio de un tiroteo, un soldado arranca el arma a su compañero y sale de su trinchera. El vals op. 64 nº 2 de Chopin comienza a sonar y ese soldado convierte sus temerarios pasos en una hermosa danza mientras su arma escupe balas sin cesar. Inmune al fuego enemigo, baila bajo la atenta mirada de Bashir, presente en una gran pancarta en el edificio. Pura poesía para no olvidar.
por Jordi Revert, La Butaca.net 24/2/09.

MIERCOLES 19 de agosto, a las 20 hs.
CALIFORNIA DREAMIN (Rumania, 2007)
Dirección: Cristian Nemescu - Int.: Armand Assante, Jamie Elman.
Premio "Una cierta mirada", Festival de Cannes 2007.
PRE-ESTRENO


El capitán de la marina estadounidense Jones recibe el encargo de escoltar un tren que transporta equipamiento estratégico hacia Yugoslavia, durante la guerra de Kosovo. Doiaru, el jefe de estación de un pequeño pueblo, ordena la detención del convoy por falta de algunos papeles. El capitán al cargo, interpretado por el rocoso Armand Assante, establece una batalla de poder, y de ego, con el reaccionario y corrupto jefe de estación local. El embargo supone el desembarco de una manada de soldados borrachos de testosterona ávidos de juerga con las lugareñas de la región. Mientras, la comunidad se esfuerza de manera ridícula en agasajar a los soldados americanos con la esperanza de que todo ello redunde en mejoras económicas y progreso en sus tristes y monótonas vidas. Los soldados se dejan seducir por los habitantes del pueblo, incluso la hija del propio Doiaru tiene una aventura con el sargento McLaren. Cansado de esperar la ayuda de sus superiores, el capitán Jones decide arreglar el asunto por sus medios.
La película es una mezcla de géneros muy equilibrada, cargada de fuertes dosis de humor a pesar del tono dramático del guión, y que muestra una realidad sin caer en el cine explicativo, dogmático o maniqueo. Hay que tener en cuenta que en Rumanía, hasta 1989, el Estado subvenciona el cine como una industria que, amén de su calidad y variedad temática, era utilizada sin tapujos como instrumento propagandístico del régimen. Con la caída de la dictadura, es un hecho cierto que el cine rumano pasa a estar de moda por reflejar diferentes aspectos de la sociedad rumana actual en los que se muestran las consecuencias de décadas de régimen totalitario, las diferencias sociales y las frustraciones. Pero no es menos cierto que muchas de sus películas arrastran ese dogmatismo argumental heredado de la vieja escuela (The rest is silence, de Nae Caranfil), o cierta aplicación si cabe mecánica de algunas técnicas del cine dogma que hoy son referente de los jóvenes cineastas (4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu), o un excesivo abuso del un ultrarrealismo social que merma la calidad artística que a toda película, como arte que es, cabe exigirle (12:08 East of Bucarest, de Corneliu Porumboiu). Sin embargo, en Califonia Dreamin, Nemescu se distancia de casi todos estos nuevos vicios y sabe elaborar un film que, si bien se mueve en ese pozo de amargura que es el paisaje de la nueva Rumanía, lo hace desde la fachada de la comedia, echando toneladas de ácido contra todo lo que se mueve. Por la pantalla van desfilando personajes tratados de modo entrañable: el jefe de estación, su hija, los compañeros de colegio, y el alcalde, un hombre que ha pasado toda su vida esperando la llegada de los norteamericanos (desde pequeño, cuando entran los nazis en Bucarest y se llevan a sus padres, escenas en blanco y negro a modo de flashbacks; americanos que nunca aparecieron, convirtiéndose ésta en su gran oportunidad), hasta el capitán americano resulta tierno en este film, y sus conversaciones con el terco jefe de la estación de tren, lo mejor sin duda de la película.
Con influencias tanto del cine de Berlanga como de Kusturika, Nemescu dibuja el fracaso, el anclaje, la incapacidad de seguir adelante de un pueblo cercado por sus propias barreras culturales y por otras que le vienen impuestas (las económicas) hacia el progreso. Sus gentes ven el mundo a través de un escaparate en el que desfilan los marines como auténticos reyes magos; las chicas los observan como héroes y depositan sus esperanzas para de salir de allí, como en las películas del cine en las que el chico se lleva a la guapa, mientras las gentes del pueblo sueñan con el cambio por la simple presencia de esos soldados que representan el progreso y los sueños a los que jamás accederán y que confían ahora a la quimera americana. Convertir estas tristes historias en una simpática comedia sublime es algo sólo al alcance de los grandes; y no cabe duda, después de este trabajo que Cristian Nemescu lo hubiese sido (o lo es, ya), porque supo encontrar el modo perfecto de transformar estas historias mínimas en una feroz y amarga crítica al aislacionismo producto de la dictadura, al culto a las apariencias y a los falsos sueños que suscitan en las personas del lugar la vana esperanza de la ayuda extranjera.
El realizador Cristian Nemescu falleció en un accidente de tráfico el 25 de agosto de 2006, dejando su ópera prima a merced del montaje provisional que se ofrece al público. Nemescu tenía veintisiete años, y hay quien ha insinuado que su temprana muerte influyó en que California Dreamin se alzase en Cannes 2007 con el premio Un Certain Regard. Otros prefieren achacar la distinción a la fiebre desatada durante los tres últimos años en certámenes europeos, y más concretamente en La Croisette, por lo que se ha venido a llamar Nuevo Cine Rumano. Sin embargo pocos dudan que el trágico evento truncó una de las carreras más prometedoras del nuevo cine rumano.
La película se presentó sin retocar ni cortar demasiado, e introduciendo uno de los temas musicales preferidos y sugerido por Nemescu como parte de la banda sonora del film, California Dreamin, de The Mamas and the Papas, que posteriormente ha dado título internacional a su película, aunque en su versión original el título que le dio el equipo fue Nesfarsit, que significa “Inacabada“, tal como está, sin finalizar. Por ello, quizá resulte larga o se pueda criticar lo innecesario de muchas de las escenas; si bien el hecho de presentarse así no es más que un homenaje póstumo al trabajo del director y guionista que no pudo concluir lo que seguramente se convierta en una película de culto, una parábola política y social que desnuda el choque entre el occidente más fruslero y la Europa más profunda, caciquil y conservadora.
Puerta de Babel, 18/8/2008.

No hay comentarios.: