A veinticinco años de prisión en cárcel común fue condenado Reynaldo Bignone, último presidente del régimen genocida argentino, que abarcó el período 1976-1983. Está acusado de cometer crímenes de Lesa Humanidad, más de cincuenta durante el año 1977 en Campo de Mayo. Seis años después, cansado de torturar, se convirtió en el General que tuvo que cederle el traspaso del poder político a Raúl Ricardo Alfonsín y la vuelta del Estado de Derecho.
Pero seamos justos y démosle la razón al excelentísimo militar. Su accionar fue en el contexto de una guerra sucia. Efectivamente, se trató de una guerra contra el pueblo argentino, contra su democracia, que, por más imperfecta que haya sido, nunca se mereció ser reemplazada por un proceso atroz de muerte y terror generalizados que afectó a la gran mayoría de la sociedad.
Lo que hizo la dictadura militar argentina es similar, o peor aún que el nazismo en Alemania o los gendarmes norteamericanos en Iraq y Afganistán. Fue una invasión terrorista del poder militar asociado a las grandes corporaciones económicas y financieras que se propusieron terminar con el keynesiano Estado de bienestar, que con serias dificultades estaba vigente en la Argentina del tercer peronismo.
No importa si fueron 30 mil u 8 mil los desaparecidos, nuestros patriotas uniformados (patriotas de la patria financiera) lograron su cometido. Acabaron con la "subversión marxista" y "pacificaron" el país (lo que en realidad significó terminar con la dignidad del pueblo argentino, sumirlo en la miseria y la humillación). Ellos, "pobres viejitos ahora", cumplieron con su deber. Hicieron la tarea. Fueron los autores materiales de esta gran obra de la oligarquía local, que contó con la colaboración del Imperio yanquie y la complicidad de muchos civiles, "gente del común". Sin embargo, los autores intelectuales: el establishment, el PODER (los gerentes de las megacompañías capitalistas), no han sido enjuiciados todavía. Trabajaron durante todo el proceso de destrucción nacional bajo la oscuridad, y aún lo siguen haciendo, sin importarles si estamos en democracia o en un régimen dictatorial.
Paradójicamente para el ex Gral. Bignone, está bueno que no seamos iguales a los estadounidenses, porque si fuera así, él y sus compañeros de milicia posiblemente terminarían pagando sus delitos de Lesa Humanidad en la silla eléctrica, tal como sucede en varios estados de la nación del norte del continente americano. Acá no existe la pena de muerte. Así que Bignone se va tener que pudrir, junto a sus viejos compañeros bélicos, en una cárcel común y corriente. Son veinticinco años nada más. Y sabemos que yerba mala nunca muere.
Por Mauro Reynaldi
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