ÉLIDA, EL VIENTO, LOS MOLINOS / Jorge Cadús
LA COSTURA DE LA DIGNIDAD
Con el invierno recién instalado, Élida López, Madre de Plaza 25 de Mayo, decidió partir hacia otros arrabales. Para descansar un poco de tanta lucha cotidiana. Para aliviar esta soledad que se le coló en las manos desde la desaparición de su hijo, Adrián, en noviembre de 1976. Para encontrarse, seguramente, con todos los afectos que supo construir y defender a lo largo de sus días.
Élida, la de memoria infinita, como sus historias, supo elegir el tiempo de la despedida.
El último 24 de marzo, encabezó durante todo el recorrido la marcha que recordó el Golpe de Estado de 1976. Fueron entonces 30.000 personas las que abrazaron a las Madres rosarinas. Un abrazo por cada hijo de estas mujeres extraordinarias. Unos días después de aquella marcha, cuando se preparaba una serie de homenajes a las Madres rosarinas, Élida le contó a este cronista que extrañaba mucho a Darwinia Gallicchio, su compañera de batallas y ternuras. Y dijo también que estaba feliz por la justicia que comienza, y mucho más feliz por ver multiplicadas las presencias jóvenes cada jueves, en la Plaza. Otra forma de justicia, dijo entonces Élida.
Su hijo, Adrián Sergio López, fue secuestrado el 8 de noviembre de 1976.
Tenía entonces 26 años, una compañera llamada María Luz y dos hijos, Julián y Leticia, nacida apenas diez días antes, el 28 de octubre. Adrián había hecho la secundaria en una escuela agrícola-ganadera, había planeado ser veterinario, pero finalmente trabajaba de vendedor y, junto a María Luz Montolio, militaban en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Allí se habían conocido, y se habían enamorado. Élida contaría que "iban a las villas, con un grupo de amigos y de amigas, llevaban ropa y medicamentos, cargaban ladrillos y chapas, ayudaban. Si había alguien enfermo le conseguían remedios, les enseñaban a las mujeres como cuidarse, las alfabetizaban, enseñaban a leer, y a escribir..."
Élida López, la memoria andante. Como aquellos dioses primeros, los que nacieron el mundo, que caminaban bailando, Élida marcha en sus relatos. Es la voz andante de un tiempo ayer ceniza. La palabra por decir en tanta ausencia. Élida multiplicó las historias para encender la memoria. Para que arda la memoria, y ardiendo queme impunidades y tanto olvido.
Supo contar Élida las mil invenciones de las Madres en su costura del coraje.
La imaginación es el poder de estas mujeres. La red de corajes multiplicando sus hebras. Zurcido indispensable en la noche del terror. La costura de la dignidad.
Sin embargo, está claro: "el dolor no se apaga, algunos han tenido su castigo, como Alfredo Astíz, repudiado por todos, no es dueño de su vida. Emilio Massera igual. Ninguno de ellos puede ser orgullo de su familia. Los combatimos y no lograron vivir tranquilos. Pero nosotros llevamos esta consigna, que siempre nos acompañó: No olvidaremos, no perdonaremos, ni olvido ni perdón. Los molinos ya no están, pero el viento sopla todavía", dijo Élida cuando se cumplían 30 años del comienzo de la dictadura militar.
Hace un par de años, cuando Ernesto Guevara hubiera cumplido 80 años, Élida se reencontró con sus compañeras de Mar del Plata, que estaban en la ciudad por los actos en homenaje al Che. Con esas Madres había comenzado a marchar en 1976, y le había puesto el cuerpo a la dictadura militar y a la temprana democracia que predicaba olvidos y punto final.
Hacia 1986, Élida dejó Mar del Plata, donde estuvo radicada durante 23 años, para volver a recalar en ésta, su ciudad, Rosario, junto a otras madres tan iguales, tan inabarcables, como aquellas de la ciudad balnearia. De las valijas que trajo repletas de historias de esas Madres marplatenses, alguna vez nos regaló para la contratapa de la revista Alapalabra un poema: "Pidiendo que en bandadas regresen nuestros hijos. / Pidiendo, despacio, despacito, que vuelvan días felices. / Porque si no volvieran... / el grito de las madres será al viento lanzado. / ¡Será un grito largo!", profetiza aquel poema.
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Foto: Mariana Lezcano para Alapalabra
LA COSTURA DE LA DIGNIDAD
Con el invierno recién instalado, Élida López, Madre de Plaza 25 de Mayo, decidió partir hacia otros arrabales. Para descansar un poco de tanta lucha cotidiana. Para aliviar esta soledad que se le coló en las manos desde la desaparición de su hijo, Adrián, en noviembre de 1976. Para encontrarse, seguramente, con todos los afectos que supo construir y defender a lo largo de sus días.
Élida, la de memoria infinita, como sus historias, supo elegir el tiempo de la despedida.
El último 24 de marzo, encabezó durante todo el recorrido la marcha que recordó el Golpe de Estado de 1976. Fueron entonces 30.000 personas las que abrazaron a las Madres rosarinas. Un abrazo por cada hijo de estas mujeres extraordinarias. Unos días después de aquella marcha, cuando se preparaba una serie de homenajes a las Madres rosarinas, Élida le contó a este cronista que extrañaba mucho a Darwinia Gallicchio, su compañera de batallas y ternuras. Y dijo también que estaba feliz por la justicia que comienza, y mucho más feliz por ver multiplicadas las presencias jóvenes cada jueves, en la Plaza. Otra forma de justicia, dijo entonces Élida.
Su hijo, Adrián Sergio López, fue secuestrado el 8 de noviembre de 1976.
Tenía entonces 26 años, una compañera llamada María Luz y dos hijos, Julián y Leticia, nacida apenas diez días antes, el 28 de octubre. Adrián había hecho la secundaria en una escuela agrícola-ganadera, había planeado ser veterinario, pero finalmente trabajaba de vendedor y, junto a María Luz Montolio, militaban en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Allí se habían conocido, y se habían enamorado. Élida contaría que "iban a las villas, con un grupo de amigos y de amigas, llevaban ropa y medicamentos, cargaban ladrillos y chapas, ayudaban. Si había alguien enfermo le conseguían remedios, les enseñaban a las mujeres como cuidarse, las alfabetizaban, enseñaban a leer, y a escribir..."
Élida López, la memoria andante. Como aquellos dioses primeros, los que nacieron el mundo, que caminaban bailando, Élida marcha en sus relatos. Es la voz andante de un tiempo ayer ceniza. La palabra por decir en tanta ausencia. Élida multiplicó las historias para encender la memoria. Para que arda la memoria, y ardiendo queme impunidades y tanto olvido.
Supo contar Élida las mil invenciones de las Madres en su costura del coraje.
La imaginación es el poder de estas mujeres. La red de corajes multiplicando sus hebras. Zurcido indispensable en la noche del terror. La costura de la dignidad.
Sin embargo, está claro: "el dolor no se apaga, algunos han tenido su castigo, como Alfredo Astíz, repudiado por todos, no es dueño de su vida. Emilio Massera igual. Ninguno de ellos puede ser orgullo de su familia. Los combatimos y no lograron vivir tranquilos. Pero nosotros llevamos esta consigna, que siempre nos acompañó: No olvidaremos, no perdonaremos, ni olvido ni perdón. Los molinos ya no están, pero el viento sopla todavía", dijo Élida cuando se cumplían 30 años del comienzo de la dictadura militar.
Hace un par de años, cuando Ernesto Guevara hubiera cumplido 80 años, Élida se reencontró con sus compañeras de Mar del Plata, que estaban en la ciudad por los actos en homenaje al Che. Con esas Madres había comenzado a marchar en 1976, y le había puesto el cuerpo a la dictadura militar y a la temprana democracia que predicaba olvidos y punto final.
Hacia 1986, Élida dejó Mar del Plata, donde estuvo radicada durante 23 años, para volver a recalar en ésta, su ciudad, Rosario, junto a otras madres tan iguales, tan inabarcables, como aquellas de la ciudad balnearia. De las valijas que trajo repletas de historias de esas Madres marplatenses, alguna vez nos regaló para la contratapa de la revista Alapalabra un poema: "Pidiendo que en bandadas regresen nuestros hijos. / Pidiendo, despacio, despacito, que vuelvan días felices. / Porque si no volvieran... / el grito de las madres será al viento lanzado. / ¡Será un grito largo!", profetiza aquel poema.
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Foto: Mariana Lezcano para Alapalabra
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