La reciente recuperación de YPF
por iniciativa de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner y con la
aprobación de una abrumadora mayoría en el Congreso vino a reforzar, por si
hacía falta, la certeza de que nuestro país avanza en un camino de reformas progresivas
que significan también una paulatina y constante reparación de los daños que
causaron casi cuarenta años de destrucción del Estado y de los lazos de
solidaridad social.
Esto sucede al mismo tiempo que,
en buena parte de un mundo sacudido por una nueva y profunda crisis del
capitalismo, los gobiernos de diversos signos arremeten contra los trabajadores
y sus derechos e imponen como ley superior los intereses del capital
financiero. Mientras los estados nacionales se someten al capital, muchas fuerzas
que se proclaman de izquierda, ya sea socialdemócratas o radicales, retroceden
por debilidad, por desconcierto o por incapacidad para elaborar alternativas.
En ese contexto, creo, se hace
cada vez más claro que estábamos en lo cierto los militantes de izquierda que
durante el gobierno de Néstor Kirchner, comprendiendo las características de la
etapa, resolvimos respaldarlo franca y decididamente.
No voy a enumerar ahora paso por
paso los notables avances registrados desde 2003, con la conducción de Néstor
primero y de Cristina después, porque todos ustedes los conocen bien. Baste
decir que ellos van desde el regreso del Estado a su papel de garante de los
intereses de los trabajadores y de los derechos las minorías discriminadas,
hasta la defensa de la independencia nacional frente al capital financiero,
desde la plena vigencia de los derechos humanos hasta la integración con los
pueblos hermanos de la región.
No es un dato menor el hecho de
que el sujeto social que apoya y sostiene al gobierno es la masa crítica ideal
para seguir encarando las transformaciones que aún están pendientes en nuestra
sociedad. Sin embargo, en el complejo dispositivo político al que debe apelar
el gobierno, que incluye destacadamente al Partido Justicialista, conviven sectores
que se identifican como parte de un peronismo de izquierda, nacional y popular,
como la propia Cristina Fernández de Kirchner, con otros ligados a expresiones
más conservadoras, y aun otros francamente reaccionarios y oportunistas, que si
bien es cierto que cada vez con menor influencia, tienen aún alguna
gravitación.
Precisamente por eso, la etapa
que vivimos es propicia para que la izquierda argentina asuma un rol
protagónico dentro del proyecto popular. Pero del mismo modo que la dirigencia
del Partido Socialista oficial, otras fuerzas y agrupamientos de militantes de
izquierda no lo han comprendido así. Por el contrario, han preferido sumarse al
conglomerado de facciones opositoras, todas ellas enemigas de las causas
populares y democráticas.
En el caso particular de los
socialistas, tuvimos que elegir entre subordinarnos a esa conducción a nuestro
juicio extraviada o construir una herramienta política propia que preservara
nuestra identidad peto que nos permitiera obrar en la dirección que creemos
acertada. De allí que lanzáramos la Unidad Socialista para la Victoria. Pero me
consta que no solamente los socialistas nos rebelamos contra arraigados
prejuicios ideológicos y contra erradas lecturas de la realidad, para tomar la
decisión de respaldar activamente a los gobiernos de Néstor y de Cristina.
Miles de compañeros comunistas,
radicales forjistas, humanistas, intransigentes, independientes, han hecho su
propio proceso de reflexión y autocrítica y han hecho suya la convicción de que
el lugar de la izquierda está en la participación activa en el proyecto
nacional, popular y democrático en curso.
En ese sentido, estoy convencido
de que ha llegado el momento de dar un nuevo paso.
Un nuevo paso que consiste en
reunir todas esas fuerzas fragmentadas, que aportan por separado al esfuerzo
común. La militancia y el compromiso de cada uno son absolutamente necesarios y
bienvenidos, pero no son suficientes. Los enemigos del progreso social seguirán
enfrentando por todos los medios a cada medida que apunte a consolidar y a
profundizar el camino que estamos recorriendo. Los éxitos alcanzados, y las
formidables victorias electorales deben servirnos de aliento pero no llamarnos
a engaño. Los obstáculos que hay y que habrá que superar son muy grandes.
Necesitamos esa herramienta
política que potencie nuestros esfuerzos aislados, sin ahogarlos con
estructuras burocráticas. Un frente que reúna a todas las fuerzas y militantes,
procedentes de historias y tradiciones diversas, pero igualados en la certeza
de que estamos en el rumbo cierto para avanzar hacia una sociedad justa. Que
sirva como centro de atracción, visible y sólido, para todos aquellos
compañeros que potencialmente son de los nuestros pero que no hallan una
referencia política que los convoque. Un espacio por el que circulen las ideas
y el debate, sin limitaciones ni censuras, pero con un compromiso fuerte con el
proceso de cambios. Esa sería nuestra gran contribución al sostenimiento de un
proceso de avanzada en un mundo en que la justicia retrocede. A ese esfuerzo
los convoco.
Por Jorge Rivas. Diputado Nacional por Unidad Socialista para la Victoria. FPV.
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