Nada menos y nada más
Por Eduardo Aliverti
Como ya está fuera de toda discusión posible que éstas son las elecciones presidenciales más abúlicas desde 1983 (y si vamos para atrás tampoco hay antecedentes de apatía semejante), hay que animarse a una pregunta: ¿a quiénes les interesa que estos comicios no interesen?
La candidata oficialista casi no habla. Y si acaso alguien interpretase que una gestión gubernativa, cualquiera, dice más por sus hechos que por sus palabras, es igualmente muy difícil encontrar propuestas, teniendo en cuenta que se pone en juego la conducción nacional de los próximos cuatro años. El kirchnerismo procede, así, en línea con lo que todos sus referentes confesaron en voz baja al lanzarse la campaña: lo mejor es no decir nada y quedarnos donde estamos porque ¿para qué arriesgarse si vamos bien y la oposición corre de atrás?
Esto último es tácticamente irrefutable, a menos que algún hecho rimbombante obligara a salir al ruedo (no un triple asesinato de policías, sino una conmoción económico-social). Puede cuestionarse desde lo ideológico, o desde la dudosa moralidad de no presentar siquiera una plataforma; pero es indesmentible que con un arco opositor tan horrible como éste, a pocos o a nadie se le ocurriría lanzarse al ataque cuando el partido ya está ganado jugando como se juega. Salvo que todas las encuestas estén equivocadas y que en consecuencia se produzca una sorpresa descomunal, al oficialismo le basta con eso; más algunos estiletazos de él y algunas apariciones de ella, como para dejar claro que son una sociedad política, que así seguirán y que la idea es él en el poder y ella en el gobierno. Frente a eso, la oposición no tiene más armas que refugiarse en los huecos oficiales y divagar con señalamientos tan apasionantes como la ausencia de conferencias de prensa gubernamentales. O montarse en la pornográfica manipulación de los índices inflacionarios, sin más estatura discursiva que la de un consumidor que se escandaliza con el precio de las verduras. El cinismo de Kirchner fue perfecto cuando les dijo que lo único que tienen son “dos papas y un tomate”. Porque estaba diciéndoles que detrás de esa queja cualunquista esconden la nada. Ni Carrió, ni Lavagna, ni López Murphy, ni los satélites macristas, ni ninguno de los candidatos que cotizan en la bolsa encuestológica hablan de los monopolios y oligopolios que forman los precios. El metamensaje (más mensaje que meta) fue un “¿qué me vienen a correr por derecha si al fin y al cabo yo no toqué a factor de poder alguno y si las grandes corporaciones están levantándola en pala?”
La oposición de los que se escalonan detrás de Kirchner/Fernández, con varios puntos o unos pocos puntitos, tiene un problema irresoluble: en lo económico representan los mismos intereses que el kirchnerismo no tocó, de modo que no pueden entrarle por la economía; y entonces tratan de estocarlo por la “calidad institucional” y el “autoritarismo”, pero resulta que eso no le importa a casi nadie porque, aun cuando fuera corregido con cualquiera de ellos en la Casa Rosada, están lejos de garantizar una mejoría de la “estabilidad” económica. Y lejísimos de distribuir mejor la riqueza. A veces la gente come vidrio, y a veces no. Por ejemplo y nada menos: en ningún caso hay un partido, o una estructura mínimamente considerable, respaldando a quienes se presentan como opción al oficialismo. Todas son figuras individuales que no conducen más que a sí mismos. ¿Hasta qué punto, ergo, tienen auténtica voluntad de acceder al gobierno? Debería sobrar con el caso de Macri, en tanto hay Macri pero no macrismo: no tiene cuadros para gobernar la Capital y rasca de donde puede. La siguiente pregunta es si la penosa campaña de la oposición responde a la falta de creatividad publicitaria; o a que en verdad hacen que son pero son lo que hacen: figurar para dar testimonio, pero sólo hasta ahí porque tienen dirigentes para parlamentar. No para gobernar.
La hipótesis queda redondeada en que las elecciones no interesan porque los primeros interesados en que no interesen son los propios oferentes. El kirchnerismo no quiere saber nada de debate porque podría quedar expuesto que, salvo acumular reservas, exportar soja y aprovechar condiciones internacionales muy favorables, carece de grandes líneas de acción convocantes. No hay más que lo que se ve. Y la oposición tampoco quiere saber nada porque encima de no poder diferenciarse no tiene gente, no tiene aparato, no tiene timón. Desde ya: esa propensión al desinterés se asienta en una sociedad que no exige otra cosa. Aspiraría a ello, como en cualquier declamación: que haya un piso de ingresos dignos para todos sus miembros, que la atención sanitaria y la educación eficientes sean de acceso universal, que la corrupción no sea moneda corriente y demás consignas escolares. Pero frente al nivel de enfrentamiento de fuerzas que esos lugares comunes significan, hay la retranca de aceptar lo existente. La clase media, cuyas expectativas de consumo explotaron en la crisis de 2001/2002, volvió a refugiarse en los laureles de una recuperación que, si no garantiza el futuro, da ilusión de firmeza en el presente. Hacia abajo, el asistencialismo y la reactivación laboral, aunque con pésima calidad de empleo, amortiguaron a los núcleos más combativos (es allí, en las franjas populares, donde mayor cantidad de votos recogerá el kirchnerismo). Y después queda un ejército de “sueltos” que electoralmente no cuentan, traducidos en marginalidad y violencia. En ese mapa, que no gane el oficialismo, en primera vuelta o en segunda, sería un milagro. Y, en política por lo menos, los milagros no existen.
Esto no es mucho más que un paneo repetido de cómo cree uno que se expresará en las urnas el humor de la sociedad. Pero los humores, cuando no reposan sobre proyectos consistentes, suelen ser pasajeros. Si estamos hablando de por qué ganará el kirchnerismo, tal vez alcanza. Si, en cambio, se trata de cuánta solidez tiene ese resultado acerca de predecir un escenario progresivo de justicia distributiva, hablamos de que a los ganadores puede llevárselos el viento, un poco más tarde (como a la rata) o un poco más temprano (como a De la Rúa). Porque las elecciones no son más que una instancia del conflicto social y de su devenir político, o viceversa.
La candidata oficialista casi no habla. Y si acaso alguien interpretase que una gestión gubernativa, cualquiera, dice más por sus hechos que por sus palabras, es igualmente muy difícil encontrar propuestas, teniendo en cuenta que se pone en juego la conducción nacional de los próximos cuatro años. El kirchnerismo procede, así, en línea con lo que todos sus referentes confesaron en voz baja al lanzarse la campaña: lo mejor es no decir nada y quedarnos donde estamos porque ¿para qué arriesgarse si vamos bien y la oposición corre de atrás?
Esto último es tácticamente irrefutable, a menos que algún hecho rimbombante obligara a salir al ruedo (no un triple asesinato de policías, sino una conmoción económico-social). Puede cuestionarse desde lo ideológico, o desde la dudosa moralidad de no presentar siquiera una plataforma; pero es indesmentible que con un arco opositor tan horrible como éste, a pocos o a nadie se le ocurriría lanzarse al ataque cuando el partido ya está ganado jugando como se juega. Salvo que todas las encuestas estén equivocadas y que en consecuencia se produzca una sorpresa descomunal, al oficialismo le basta con eso; más algunos estiletazos de él y algunas apariciones de ella, como para dejar claro que son una sociedad política, que así seguirán y que la idea es él en el poder y ella en el gobierno. Frente a eso, la oposición no tiene más armas que refugiarse en los huecos oficiales y divagar con señalamientos tan apasionantes como la ausencia de conferencias de prensa gubernamentales. O montarse en la pornográfica manipulación de los índices inflacionarios, sin más estatura discursiva que la de un consumidor que se escandaliza con el precio de las verduras. El cinismo de Kirchner fue perfecto cuando les dijo que lo único que tienen son “dos papas y un tomate”. Porque estaba diciéndoles que detrás de esa queja cualunquista esconden la nada. Ni Carrió, ni Lavagna, ni López Murphy, ni los satélites macristas, ni ninguno de los candidatos que cotizan en la bolsa encuestológica hablan de los monopolios y oligopolios que forman los precios. El metamensaje (más mensaje que meta) fue un “¿qué me vienen a correr por derecha si al fin y al cabo yo no toqué a factor de poder alguno y si las grandes corporaciones están levantándola en pala?”
La oposición de los que se escalonan detrás de Kirchner/Fernández, con varios puntos o unos pocos puntitos, tiene un problema irresoluble: en lo económico representan los mismos intereses que el kirchnerismo no tocó, de modo que no pueden entrarle por la economía; y entonces tratan de estocarlo por la “calidad institucional” y el “autoritarismo”, pero resulta que eso no le importa a casi nadie porque, aun cuando fuera corregido con cualquiera de ellos en la Casa Rosada, están lejos de garantizar una mejoría de la “estabilidad” económica. Y lejísimos de distribuir mejor la riqueza. A veces la gente come vidrio, y a veces no. Por ejemplo y nada menos: en ningún caso hay un partido, o una estructura mínimamente considerable, respaldando a quienes se presentan como opción al oficialismo. Todas son figuras individuales que no conducen más que a sí mismos. ¿Hasta qué punto, ergo, tienen auténtica voluntad de acceder al gobierno? Debería sobrar con el caso de Macri, en tanto hay Macri pero no macrismo: no tiene cuadros para gobernar la Capital y rasca de donde puede. La siguiente pregunta es si la penosa campaña de la oposición responde a la falta de creatividad publicitaria; o a que en verdad hacen que son pero son lo que hacen: figurar para dar testimonio, pero sólo hasta ahí porque tienen dirigentes para parlamentar. No para gobernar.
La hipótesis queda redondeada en que las elecciones no interesan porque los primeros interesados en que no interesen son los propios oferentes. El kirchnerismo no quiere saber nada de debate porque podría quedar expuesto que, salvo acumular reservas, exportar soja y aprovechar condiciones internacionales muy favorables, carece de grandes líneas de acción convocantes. No hay más que lo que se ve. Y la oposición tampoco quiere saber nada porque encima de no poder diferenciarse no tiene gente, no tiene aparato, no tiene timón. Desde ya: esa propensión al desinterés se asienta en una sociedad que no exige otra cosa. Aspiraría a ello, como en cualquier declamación: que haya un piso de ingresos dignos para todos sus miembros, que la atención sanitaria y la educación eficientes sean de acceso universal, que la corrupción no sea moneda corriente y demás consignas escolares. Pero frente al nivel de enfrentamiento de fuerzas que esos lugares comunes significan, hay la retranca de aceptar lo existente. La clase media, cuyas expectativas de consumo explotaron en la crisis de 2001/2002, volvió a refugiarse en los laureles de una recuperación que, si no garantiza el futuro, da ilusión de firmeza en el presente. Hacia abajo, el asistencialismo y la reactivación laboral, aunque con pésima calidad de empleo, amortiguaron a los núcleos más combativos (es allí, en las franjas populares, donde mayor cantidad de votos recogerá el kirchnerismo). Y después queda un ejército de “sueltos” que electoralmente no cuentan, traducidos en marginalidad y violencia. En ese mapa, que no gane el oficialismo, en primera vuelta o en segunda, sería un milagro. Y, en política por lo menos, los milagros no existen.
Esto no es mucho más que un paneo repetido de cómo cree uno que se expresará en las urnas el humor de la sociedad. Pero los humores, cuando no reposan sobre proyectos consistentes, suelen ser pasajeros. Si estamos hablando de por qué ganará el kirchnerismo, tal vez alcanza. Si, en cambio, se trata de cuánta solidez tiene ese resultado acerca de predecir un escenario progresivo de justicia distributiva, hablamos de que a los ganadores puede llevárselos el viento, un poco más tarde (como a la rata) o un poco más temprano (como a De la Rúa). Porque las elecciones no son más que una instancia del conflicto social y de su devenir político, o viceversa.
Mucho más en este caso, cuando se irá a votar porque hay que ir y no porque ir entusiasme. Una enorme mayoría no tendrá compromiso efectivo detrás de lo que vote. De modo que las elecciones presidenciales son nada menos que eso. Y nada más.
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